
Astrid Wagner, autora de referencia sobre desinformacióin, polarización y postverdad es, desde 2022, miembro del Comité de Expertos del Gobierno Español “Foro contra las Campañas de Desinformación en el ámbito de la Seguridad Nacional”.
“Que entonces la mentira satisface / cuando verdad parece y está escrita / con gracia, que al discreto y simple aplace”, escribió Cervantes en ‘Viaje del Parnaso’ publicada por primera vez en 1614. Todavía quedaba muy lejos el término Fake News, que como las grandes tragedias, nació en los márgenes de la comedia, como una broma, como un ejercicio satírico ideado por Jon Stewart en el programa Daily Show, basado en noticias falsas. De ahí hasta la actualidad, quedó el engaño pero desaparecieron las risas.
En la actualidad, a las noticias falsas, se sumaron la desinformación, la polarización y la postverdad para construir un nuevo escenario de comunicación alrededor del engaño. Para tratar de vislumbrar con más claridad este mar difuso en el que navegamos, conversamos con Astrid Wagner, autora de referencia sobre el tema y, desde 2022, miembro del Comité de Expertos del Gobierno Español “Foro contra las Campañas de Desinformación en el ámbito de la Seguridad Nacional”. Una conversación a la que también se sumaron Javier Espinosa y Nacho Escutia, profesores de ética y filosofía en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Castilla-La Mancha en Cuenca.
“El concepto postverdad”, explica la Científica Titular del Instituto de Filosofía del CSIC, “tiene sus orígenes en el ámbito de una determinada corriente filosófica que hace especial hincapié en el relativismo, pero que se ha extendido a toda la sociedad, convirtiéndose en un problema cuando no diferenciamos entre conocimiento y opinión, entre realidad y ficción, entre cognición y emoción”. Es decir, “como todo da igual, la comunicación ya no está basada en la idea de verdad, ni en buscar un significado común a partir del cual dirimir quién está más cerca de esa verdad. Como decía Aristóteles, no se equivoca lo mismo el que dice que dos más cinco son doce que el que dice que son doce”, apostilla Nacho Escutia.

Para Ingrid Wagner, la sociedad contemporánea sufre un “bombardeo” constante de mensajes desinformativos, sin que en muchas ocasiones seamos conscientes que lo son, porque aunque solemos pensar en noticias habladas o en formato texto, “la mayoría de los mensajes que nos llegan son una mezcla entre texto e imagen, muchas veces usando imágenes descontextualizadas en el que se usan todas las herramientas disponibles, incluyendo las inteligencias artificiales generativas capaces de combinar imágenes que generan un impacto ético enorme como el caso de las niñas extremeñas”.
“Suelo usar la imagen de un torbellino”, continúa Ingrid Wagner, “no de una espiral para representar el problema de la postverdad. Un torbellino en el cual se encuentran muchas dinámicas que se refuerzan mutuamente como la desinformación, la polarización, el diseño algorítmico de las plataformas digitales que crean cámaras de eco y burbujas de filtro a partir de perfiles psicográficos de los usuarios. Si a esto añadimos dinámicas como los negacionistas o los obstruccionismo que juegan en el campo de las emociones, sobre todo negativas, nos encontramos las grandes campañas de desinformación que salgan justamente en momentos de crisis y de incertidumbre, creándose un problema muy complejo con efectos globales impredecibles”.
“Creo además que la polarización no tiene tanto que ver con que haya preocupaciones y visiones del mundo y problemas concretos tan diferentes, sino que todo esto se ha convertido en una cuestión identitaria que va a condicionar constantemente nuestros posicionamientos, suprimiendo la posibilidad de matizar. Muchas veces hablo de las nuevas narrativas tribales del siglo XXI,” explica la investigadora del CSIC, “que llegan con su impacto a la vida privada e íntima de las personas”.
“De hecho”, continúa, “es muy importante diferenciar entre distintos tipos de polarización, que no es únicamente política e ideológica, sino que deberíamos hablar también de una polarización afectiva, que tiene que ver con las emociones que tenemos hacia los líderes y votantes de otros partidos, sobre los que sentimos emociones muy negativas”.
Astrid Wagner, participa también en el blog Ciencia Crítica de ElDiario.es junto dedicado a revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. En este blog ha escrito en diversas ocasiones sobre el cambio climático y la crisis ecológica. “No sabemos cuál es la mejor forma de comunicarlo, porque por un lado, no podemos transmitir mensajes tranquilizadores, pero tampoco podemos crear una incertidumbre tan grande que haga caer en el fatalismo y que tengan la convicción de que no pueden hacer nada”. Para Nacho Escutia, profesor de ética, “ante cuestiones como el cambio climático o la pobreza es clave también apelar al componente emocional”.
“Es un error separar tan claramente la emocionalidad de la racionalidad. Los mensajes racionales pueden y deben tener un componente emocional que no los invalida de ninguna manera”, explica Astrid Wagner. “La ecoansiedad puede ser un fenómeno psíquico que dificulta la vida de las personas, por eso es muy importante darle un enfoque más positivo y constructivo, llamando también al activismo, que es otro componente que también está sobre la mesa con los movimientos de rebelión científico, que también ha polarizado a las redes sociales a favor y en contra.”
Me parece muy importante en ética el papel del miedo. Kant decía que hacer las cosas por miedo es poco ético. Pero a l omejor es mejor a que haya miedo a la crisis climática, que no se hagan las cosas, pero es la verdad que el miedo no debe ser

“Si afectos, no hay efectos”, opina Javier Espinosa, “hemos visto que opiniones muy racionales han acabado bajo las olas de lo emocional. Tenemos que construir afectos positivos, pero afectos que tengan efectos”. “Un caso claro es el ejemplo de las jugadoras de fútbol”, continúa Astrid Wagner, “Lo que hemos visto es sólo la punta de un iceberg de un conjunto de malestares. Dentro de todo eso el beso, nos ha ayudado a entender la agresión, pero también ha visibilizado todo el machismo de las estructuras de poder. Son eventos puntuales que hacen explotar algo que estaba ahí abajo flotando. Hacen falta imágenes fuertes, acontecimientos particulares que visibilicen los problemas que se hacen virales. Es algo que trabaja la desinformación, pero también podemos trabajar con ello para conseguir fines positivos”.
Por ello, Astrid Wagner cree que es vital “analizar las dinámicas virales que ahondan en la polaridad, es muy importante que conozcamos cómo funcionan estas aplicaciones diseñadas para vender, enganchar y crear adicciones. Trabajan con determinados filtros y cámaras de ecos para que nos llegue la información que confirma nuestra opinión, evitando que llegue la pluralidad, profundizando en sesgos cognitivos que nos llevan a los extremos”.