
Tras pasar por una sala que nos transporta a una Altamira posthistórica llegamos hasta el santuario secreto que se esconde entre sombras.
Allí nos espera un ciervo inciso, preciso, evocador. Y no sabemos si frente a él también llego alguien como nosotros hace miles de años con un corazón de ciervo todavía latiendo a dar las gracias o si lo pinto para ahuyentar el hambre.
Nos ponemos frente a él, en el silencio de la sala oscura del MARQ Alicante y le damos al play. En nuestros auriculares suena la sintonía de Cosmos y la voz de Carl Sagan nos recuerda que formamos parte de la misma especie de seres que son como una mota de polvo en el atardecer del universo.
Entonces nos ponemos en su misma piel y morimos de miedo al pensar que quizá hemos invocado con nuestras pinturas a los dioses malignos. Vendrán está noche en forma de perro negro gigante y nosotros seremos la presa.
Retrocedemos buscando regresar a nuestro tiempo. Entonces nos damos de bruces con el vigilante jurado de la casa que debe pensar que somos gilipollas. Vamos, nada nuevo.
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[…] Este artículo se publicó el 21 de septiembre de 2018 en Espacies […]
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