Masticando La Mar de Músicas (I)

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El cuaderno de bitácora se llena de notas y dibujos, la memoria de sensaciones y el teléfono de fotografías de instantes que recordar. Pasan tantas cosas en tan poco tiempo en La Mar de Todas las Artes que es difícil reordenar las ideas para contar algo más allá de la nota a vuelapluma y darle un poco de sentido a las palabras aceleradas. Intentado el primer día, amagado el segundo, derrotado en el tercero me doy por vencido. Trataré de masticar un poco más porque hay mucho que contar, pero todo necesita una pausa y un ritmo.

De momento, a la manera de Perec, haré mi pequeña lista de cosas a contar. Breves notas en largas listas. Unas crecerán y se harán independientes. Otras desaparecerán para siempre en la memoria más allá de Orión.

Aquí va la primera parte:

Me acuerdo de tener la impresión de que el arte danés es de mucho leer y poco ver.
Me acuerdo que Lole y Alba terminaron el concierto cantando un cuento.
Me acuerdo que de día los escenarios son solo cables y sillas vacías.
Me acuerdo del pianista de Cecile mordiéndose un padrastro y comiendo chicle en mitad de la actuación.
Me acuerdo que había más Nathys Peluso entre el público que en el escenario.
Me acuerdo de lo simpáticos que son los cerdos cuando se ponen tacones.
Me acuerdo del órgano hammond y de lo que tenía que estar padeciendo Porter bajo el buzo de lana.
Me acuerdo de las verdades del barquero en forma de jóvenes artistas.
Me acuedo de un butacón con piel de leopardo al que le faltaba el rey desnudo.
Me acuerdo de unos guantes sudados para cuidar el arte y atacar al espectador.
Me acuerdo de cómo añoro leer por las mañanas las crónicas de Jam Albarracín en La Verdad mientras desayunaba en el hotel.

Me acuerdo de un escritor que borraba palabras hasta hacer cómics mudos.
Me acuerdo de las miles de cajas que son necesarias para hacer un programa en directo de Radio3.
Me acuerdo de la cerveza Verna con limones murcianos aunque no hay limones frescos en esta época.
Me acuerdo de un apóstol Santiago sobre un camión azul por las calles de Cartagena.
Me acuerdo de un señor cruzando la plaza y tapándose los oídos como si quisiera meterse la mano dentro del cerebro.
Me acuerdo de Totó la Momposina acompañada por toda su familia y tratando de explicar porqué le habían dado el premio.
Me acuerdo de manchas en el suelo que te hacen dudar entre la obra y el descuido.
Me acuerdo de una bella exposición casi sin obra.
Me acuerdo de unos cascos de concha para escuchar el mar.

Me acuerdo de unas setas de cardo que habían leído a Joyce y Ray Bradbury mientras sudaban algoritmos.
Me acuerdo de una nevera retorcida llena de imanes artísticos y uñas de piedra.
Me acuerdo de lo difícil que es encontrar un hueco en la agenda para cenar y de las carreras para llegar a todo.
Me acuerdo de la cantante tibetana que no sabía donde esconderse sobre el escenario y que paseaba entre agudos extremos sin inmutarse.
Me acuerdo de los tacones redondos y amarillos de Cecile y de los ojos vueltos del batería.
Me acuerdo de la señora militar con pendientes de perlas que iba diciendo a todo el que pasaba: «Al fondo a la derecha».

Me acuerdo de un graffiti que avisaba de que estaban quemando a todas las brujas.
Me acuerdo de Alba Molina llorando entre canción y canción. Lágrimas de verdad.
Me acuerdo del submarino de verdad de Peral. Y también del otro de mentira que es más grande y sale en las noticias.
Me acuerdo que es una edición con Andersen como excusa y que los suyo sería empezar cada historia con un érase una vez.
Me acuerdo de un Andersen turista y otro para mayores.
Me acuerdo de unos cañones apuntando a los cuadros de Nilausen.
Me acuerdo de la compuerta abierta del submarino de Peral mientras pienso si dentro iban más o menos apretados que los inmigrantes de las pateras. Mientras escucho la historia del pequeño Isaac.

Me acuerdo que en el Museo Naval la aportación es voluntaria y los Borbones salen muy jóvenes en los cuadros.
Me acuerdo de la vitrina empañada donde están los grilletes como si los galeotes todavía siguieran sudando su castigo. Quizás porque son los grilletes que no les dejaron escapar del naufragio. Descansen por fin en paz.
Me acuerdo de que Cartagena es mucho más que La Mar de Músicas mientras veo al Apóstol Santiago y recuerdo la procesión de la Virgen del Carmen.
Me acuerdo que un doble espacio en un texto quiere decir que hay que dibujar algo en medio. Al menos así lo hace Morten Dürr. Lo que no hizo él fue dejar seis páginas en azul al final de su libro. Ese silencio fue cosa de Isaac Rosa.
Me acuerdo que los hay que vienen buscando cartagineses y descubren a los cartageneros.
Me acuerdo de mi primer asiático y del señor que ayer me explicó qué era y cómo en Murcia le ponen Baileys en lugar del Licor 43 cartagenero sólo por joder.

Ostras Pedrín y sólo estamos en la mitad.

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