La ciudad de los maniquíes

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Lo último que quedó de Galerías Cuenca fueron los maniquíes en el escaparate. En el mismo lugar, hoy una cafetería, seres humanos toman café tras los cristales. A unos cuantos metros más allá, en lo que fuera Centro Moda, unos maniquíes desnudos son la última mercancía a la venta. En algún escaparate resistente se ve a un maniquí con fractura craneal mezcla del tiempo y de algún dependiente despistado. Ahí permanecen congelados en el tiempo, suspendidos, inmutables e invariables, mirando tras el cristal cómo afecta a los humanos el paso del tiempo.

“Rígidos los cuerpos / Los maniquíes bailan. / Con el rojo de sus labios / y el brillar de su cabello”, cantaban Golpes Bajos. Mirada triste, pues como ocurre con los grandes felinos, su hábitat va desapareciendo y lo que un día fue símbolo de modernidad hoy lo es de resistencia. Es el signo de los tiempos. El maniquí único, diferenciado, va siendo sustituido por el franquiciado o el clónico en dura competencia por ocupar las mejores posiciones. Pues igual que los seres humanos también tienen sus tribus, sus genealogías y sus atributos.

El maniquí humano, demasiado humano, parece haber caído en desgracia. Quizá por temor a aproximarse a ese “valle inquietante” del que nos habló el experto en robótica Masahiro Mori. Apenas se ven esos maniquíes que nos asustaban porque habían cruzado el punto en el que parecían seres humanos, como los replicantes de Blade Runner. Caras de seres humanos, tan individuales y tan únicas como cualquiera de las que vemos reflejadas en el cristal del escaparate. Las grandes franquicias lo tienen claro, han eliminado los ojos y las facciones demasiado humanas, a veces hasta desaparece la cabeza, para que cada uno pueda ponerles la cara que prefiera, incluso la propia.

Una ciudad está hecha también de sus escaparates. Ventanas hacia el deseo que van cambiando con las estaciones y las temporadas. El siglo veinte fue el siglo de mirar escaparates. Gente paseando por Carretería de punta a punta en eternas tardes de mirar las novedades en los comercios como hecho lúdico en sí mismo. Sólo tras un largo periodo de meditación se entraba y se compraba. Hoy que llevamos en el bolsillo todos los escaparates del mundo. Ahora la ropa no se repara ni se remienda, se toca y se manosea, se compra y devuelve, perdiendo parte del ceremonial del deseo.

Escaparate es una de esas palabras raras que no tiene sinónimos adecuados. Ninguna de las posibles palabras alternativas, aparador, armario, mostrador, vitrina, vidriera, ventanal, vitral, vitrina, vidriera, exhibición, exposición, muestra, nunca tendrán maniquíes habitándolas. Por eso, una ciudad sin escaparates es como una ciudad muda y estática. Pero, como escribió Michael Ende, esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Este es un proyecto realizado por los estudiantes de segundo curso de Educación Primaria de la Facultad de Educación de Cuenca (UCLM) al que puede sumarse cualquier persona interesada. Fotos de este artículo han sido tomadas en Octubre de 2019, excepto las del antiguo escaparate de Galerías Cuenca que fueron tomadas por Ana Calero en julio de 2009. Se puede encontrar más material compartido en Instagram con #Maniquíes CC por Alberto Ramírez, Anabel Collado, Beatriz Molina, Judit Quilez, Luis Javier Esteban, María Moya y María Flores. Composición de Marta Feiner.

Este artículo se publicó en Las Noticias de Cuenca el 20 de diciembre de 2019

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