Fin del mundo, poco menos

Por

Hace siete años, por las calles de las futuristas ciudades decoradas con escaparates y coches, poco menos que voladores, no era extraño ver a visionarios barbudos con carteles colgados del pecho que vaticinaban el fin del mundo en 2012. Cuando vieron que esto no pasó colgaron sus carteles de “2012: fin del mundo” y se pusieron los de “2013: fin de los libros, las imprentas, las bibliotecas, los quioscos, las estanterías con enciclopedias Salvat, las ediciones especiales de los clásicos de la literatura española que regalan con “EL PAIS” los domingos, los periódicos en la puerta de casa y las revistas de moda en la peluquería”. Obviamente esto no es literal pero sí que ejemplifica el carácter catastrofista que tienden a tener nuestras previsiones acerca del futuro digital.

Hemos lidiado graves batallas entre lo analógico y lo digital. Entre ellas encontramos las aclamadas Primera y Segunda Guerras Mundiales de los Ebooks o la Primavera de las Películas en VHS. En algunas, encontramos un claro ganador, pero en otros casos no es tan apocalíptico como nos lo habían pintado los barbudos con carteles.

Obviamente se han dejado de coleccionar CDs y VHS, los raperos no llevan radiocadenas al hombro y ya no se revelan carretes. Sin embargo, un curioso ejemplo de algo que no sólo no se ha llevado lo digital, sino que hacemos cada vez más, es coleccionar vinilos, ¡y libros! Hay un cierto romanticismo, pragmatismo y sobre todo calidad en los detalles que no va a sustituir la digitalización. Total (y que quede claro porque aquí está el quid de la cuestión): la digitalización de los medios no implica rotunda y necesariamente la muerte de su predecesor analógico. Sólo implica no tener que esperar un mes en la cola de la secretaría para hacer lo que ahora es la “automatrícula” de la universidad.

Texto e ilustración de Alba Valladares

You may also like