El travelin gira alrededor de Omara Portuondo e Ibrahim Ferrer, la guitarra de Ry Cooder oficia la ceremonia del bolero. Suena el eco de los tiempos de El Tropicana mientras Ibrahim y Omarita se mecen en Silencio. En un grio imposible, la cámara que los rodea y abraza conviertiendo en invisibles, transparentes y hasta inexistentes al resto de músicos, la melodía y la cámara con ella, los atraviesa como ya soñara Wenders en El Cielo sobre Berlín.
Vuelan en el tiempo y en el espacio para continuar con ese abrazo de voces hasta el corazón de Nueva York, en el Carnegie Hall donde nunca habían llegado sus pasos todavía frenados por la revolución que en 1959 cerró El Tropicana y separó el destino de los de dentro y de los de afuera. Omara Portuondo y Celia Cruz, las dos grandes divas de la música cubana, separadas entre la isla y el continente. Una al estrellato mundial y la otra, el cuasi olvido del que, como en una operación de rescate al borde del precipicio, los abraza la cámara de Wenders y el alma de Cooder para devolverlos al mundo. Ibrahim y Omarita montados en ese sidecar recorren esa larga avenida que va desde La Habana Vieja hasta el corazón de Nueva York. Como diría Cabrera Infante, «No me miro en el espejo para saber si estoy bien o mal, sino solamente para saber si soy. Si sigo ahí.» Que continúe el bolero…