Un viaje por Moya para descubrir el Septenario

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Fotografía de turismocastillalamancha.es

Cuando por fin llegas a la cima, ya debajo del castillo y a los pies de la virgen de Tejeda, lo que más llama la atención es ese Septenario de Moya. Eso es precisamente lo que atrae a tantos turistas. ¿Una fiesta que se celebra cada siete años?, ¡quién no iría!, es casi como asistir al avistamiento de un cometa.

En la carretera ya se llegaba a respirar el ambiente. Coches que vienen, coches que van, y en lo alto de la colina las luces de feria. El parking hasta arriba, nada, que no hay sitio y eso que aquí todo es campo, como se suele decir. Aparcar en Santo Domingo de Moya es la solución; eso y caminar tres kilómetros en plena noche por la carretera, móvil en mano y el flash al frente. El lugar está deshabitado, hoy solo quedan unas pocas ruinas, lo demás son edificios bien restaurados, como es el Ayuntamiento o la iglesia románica de Santa María; del castillo casi mejor no hablar, su estado pide a gritos una restauración colosal.

Se trata de una fortaleza con un atractivo impresionante, de origen árabe, del siglo XIII; aunque lo más llamativo es ver cómo conviven estas ruinosas piedras con la música a toda pastilla de la verbena, eso y la basura que sube como si de la marea se tratase. La polémica que conlleva hoy en día toda fiesta juvenil (los botellones y todos sus derivados). Aquí arriba no hay vecinos que se quejen del mal olor, pero un historiador o una arqueóloga seguramente fruncirían el ceño si llegasen a presenciar el LV Septenario de Moya, quizá dudasen de las propiedades que tiene la orina como sustituta de la argamasa.

Como sea, se trata del septenario, una fiesta que se celebra desde 1639. Es una de las tradiciones más arraigadas y queridas de las gentes de la Serranía Baja. Su significado reside en la romería, en la imagen de la Virgen de Tejeda, una imagen que estos días se traslada de su santuario de Garaballa a la iglesia de Santa María, en Moya. Son días de misa, pero también de verbena. Anoche se podía trasnochar que da gusto, al ritmo de Bazter.

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