Ciudad Rodrigo desde el patio de butacas

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En Ciudad Rodrigo existen desde hace mucho tiempo una muralla, una frontera y una feria de teatro. La bonita muralla sirve de cobijo y sombra para los comediantes y la frontera, afortunadamente, ya sólo sirve para cruzarla y comer arroz con bogavante al otro lado. Es el rito del paso del teatrero verdadero. Dicen que antiguamente para poder cruzar esta frontera había que hacerlo escondido tras una nariz de payaso y volver camuflado entre claveles rojos. Es probable que sólo sean leyendas. Y si fuera cierto debió de ser mucho antes incluso de que existieran las fronteras.

Ciudad Rodrigo está más al sur de lo que cualquiera imaginaría que pueda estar Castilla-León. Es frontera con Portugal y con Extremadura y allí dentro de su fortaleza guardan el secreto del farinato y de las mejores empanadillas de bacalao del mundo. Ambas fórmulas combinadas dan como resultado un deseo irrefrenable de hacer teatro a la sombra de su catedral. En ella el viajero despistado se sorprende de que entre los supuestos apóstoles de su portada se encuentre una mujer “apóstola” y un fraile. También hay un rey que baila. Son doce, pero si fueran como los apóstoles serían trece. Es posible que en esta mesa tan especial el trece fuera un bufón haciendo malabares y que un día de aburrimiento decidiera bajar a la plaza y comenzar la función.

Allí, en Ciudad Rodrigo, se dan cita cientos de comediantes, titiriteros, artistas del escenario y soñadores todos que al llegar han de acudir a un lugar donde vive la cultura a que les pongan un collar de raso negro al cuello. Debe de ser un instrumento mágico que hace que todos se reconozcan como miembros de la misma tribu.

Durante días antes, quizá semanas, alguien con una varita mágica o con mucho tesón, va convirtiendo las carrozas en escenarios, los gimnasios en teatros y cualquier calle en un pasadizo en el tiempo. Una vez producido el encantamiento, van llegando los comediantes. Saben que esta función no es una función cualquiera, aquí las habichuelas se pueden multiplicar y llenar el puchero todo el invierno. Es como un teatro circular, donde en cada función se intercambian los papeles. Ahora eres tú el actor, después el espectador. En esta ocasión te toca ser el distribuidor, después te conviertes en programador. El público se convierte en espectador de espectadores, pudiendo convertir su mirada en muchas miradas más. Por eso, cada función es tan especial. Las actrices y actores salen al escenario como adolescentes deseando encontrar pareja para el baile final de curso. Sobre las tablas, muchas horas de trabajo y esfuerzo, mucha inversión en tiempo y en dinero se ponen en juego. El aplauso, la risa o el llanto son todo multiplicado.

Allí, en Ciudad Rodrigo, los edificios antiguos cobran de nuevo vida. Hay reboticas del siglo XVI, zapaterías donde todavía venden babuchas mágicas y escuelas de idiomas donde se enseña teatrés, comedís, musitrés o cualquier otra lengua escénica. Al anochecer la gente se junta en la plaza, las mesas se llenan de viandas y sólo se habla de teatro, de teatros por llenar y de programaciones que completar. Cinco días intensos de funciones, encuentros y presentaciones desde la mañana temprano hasta bien entrada la noche. Hay que amar mucho el teatro para aguantar el ritmo de casi diez funciones diarias entre sala y calle. Pero aquí lo que sobra es amor al teatro. Aquí el teatro es una forma de vida. Una pasión vital absoluta.

La gente se arremolina en cualquier plaza, un ejército de entusiastas voluntarias y voluntarios toma las calles sembrando teatro y haciendo partícipe de la fiesta a todo el que quiere acercarse. La ciudad está más viva que nunca estos días finales de agosto. Y ya van veintiuno. Hay gente que viene desde hace muchos veranos a encontrarse aquí. Hay gente que lo descubrió hace poco y lo ha convertido en cita ineludible. Otros lo acabamos de descubrir gracias a nuestras amigas de Urones de Castroponce, porque el teatro que puede verse en Ciudad Rodrigo no es un teatro cualquiera. Es teatro puro y esencial, casi siempre alejado del teatro de las grandes compañías y producciones. Ese teatro que trata de seguir en el camino. Jóvenes actores que quieren ser vistos. Veteranos que quedan por descubrir. Gentes que tratan de seguir un año más sobre los escenarios. Esta no es una profesión color de rosa. Es un mundo duro y difícil. Complicado, pero bello. Muy bello. Casi tan bello como esta Ciudad Rodrigo que sirve de escenario a la Feria de Teatro de Castilla-León.

Información importante: Si no eres profesional (compañías, distribuidores, programadores o prensa) debes estar muy atento de la fecha de salida a la venta de las entradas, sobre mediados de agosto, pues los espectáculos tienen un aforo muy limitado para no profesionales, pero es una oportunidad única de conocer a la gente del teatro y vivir funciones muy especiales.

La 21 Feria de Teatro de Castilla y León se celebró entre el 21 y 25 de agosto de 2018 en Ciudad Rodrigo (Salamanca). Los premios del público en esta edición fueron para “Felicidad” como Mejor Espectáculo de Sala, “Adiós Peter Pan” como mejor Espectáculo Infantil y Familiar, “Theos Foc”, como Mejor Espectáculo de Artes de Calle y “Tour Vacanal 2018” de DeVacas ha sido reconocido con el Festival Territorio Violeta a favor de la igualdad. Ha tenido que ser especialmente difícil decidir estos premios, pues hubo espectáculos brillantes como “La Osadía” de La Chana Teatro, “Elisa y Marcela” de A Panadaría o “13” de Peripecia Teatro.

Puede encontrarse toda la información en www.feriadeteatro.com y las conclusiones realizadas por el director de la Feria, Manuel González, en la página del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo.

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Ciudad Rodrigo desde el patio de butacas – José An. Montero 05/06/2019 - 9:01 AM

[…] Este artículo se publicó el 29 de agosto de 2018 en Espacies […]

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