Nos hemos acostumbrado a ir de prestado y, como dice Eusebio Mayalde, de «prestao» se va mal. Hemos olvidado lo que veníamos mimando y mamando desde generaciones y eso no debe ser demasiado bueno. A pesar de todo, hay quien anda por esos caminos tratando de salvar algún rito antes de que todo sea carne de museo etnográfico, o sea, pretérito perfecto del que no molesta.
En estas anda Vanesa Muela practicando los santos milagros de la bilocación y de la conversión de las cucharas en música. En cuanto al primero, mejor hablar del don de la bilocación, pues la otra alternativa es la escoba voladora, y en las tierras castellanas con esas cosas no se juega, mucho menos si eres de Valladolid. De otra manera no se explica la agenda ministril de Luguna de Duero. Entre conciertos en solitario, con Hexacorde, con SonDeSeu, con Odaiko o con todo perrogato que haga ruido del bueno han pasado ya los tres mil. Veinte sólo este mes de agosto.
En cuanto al milagro de las cucharas, aún es más extraño el fenómeno si cabe. Somos un pueblo que de tantas hambres pasadas ha aprendido a hacer música hasta con las tripas. Ya nos lo tenían dicho que con la comida no se juega, pero de los cacharros nadie dijo nada. Y por eses hueco nos colamos, convirtiendo las cocinas en orquestas sinfónicas y desarrollando un folklore único en el mundo poblado de instrumentos caseros.
Mientras los emperadores que nos mandaban se creían los dueños del mundo, nosotroa andábamos haciendo ruido con las cucharas para disimular que comíamos. Esos somos. Ilustres castellanos que llamaban ricos a los que no pasaban hambre en los tiempos de las hambres, que eran todos, y que a los que no eran ricos, por disimular los llamábamos hidalgos.


Con esta cocina sin comida poblada de almireces, cucharas, sartenes, mesas y alguna pandereta, se presentó Vanesa Muela sobre el escenario de la plaza Federico Watenberg de Valladolid a cantarnos cosas de su nuevo disco «Que nos quiten lo cantao». Ahí, justo delante de la fachada del colegio de San Gregorio, símbolo del poder y la gloria de los reyes más poderosos de la Tierra. Detrás de la puerta, los ricos con su riqueza. Delante, la música del pueblo con sus ritmos de cucharas y sartenes vacías.
En estos agostos vallisoletanos emplazados de rebecas y pañuelos al cuello, van pasando las seguidillas, los charros y los acechados. Ritmos que cada vez necesitan más explicaciones que los contextualicen porque cada vez estamos más sordos de cerca.
Y démonos con un canto en los dientes de que Vanesas Muelas, Mayaldes y Musgañas sigan erre que erre con este asunto de la música tradicional, porque el día que se enteren que es más rentable el reguetón… a ver quién se atreve.
Vanesa Muela actuó en la plaza Federico Watenberg de Valladolid el día 9 de agosto de 2018 dentro del ciclo Emplazados organizado por el ayuntamiento de Valladolid.
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[…] Este artículo se publicó el 10 de agosto de 2018 en Espacies […]
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