Un clásico en apuros

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Sumergidas en una ola de recuerdos, intentamos rescatar aquello que la digitalización nos está arrebatando de manera silenciosa: los discos de vinilo, las cabinas de teléfono, las salas de cine, el papel… El papel. ¿Seríamos capaces de sobrevivir sin el tacto de las hojas que nos abren las puertas a un mundo lleno de olores, experiencias, personajes, paisajes…?

Pensamos que no es ninguna utopía recuperar esos tiempos, en donde el olor del café competía con el de la tinta, los clientes devoraban antes sus periódicos que sus cafés, a la vez que se impregnaban, literalmente, los dedos de palabras que hablaban de actualidad. Esas mismas palabras que nos empujaban a informarnos cada día, para más tarde poder defender con coherencia nuestras perspectivas y reclamar nuestros derechos, consiguiendo que este mundo sea mejor, y no peor. Porque la historia se escribe, y se escribe en papel; porque el papel transmite, hace que todo sea más real y a la vez, más cercano.

Además, el formato en papel, al contrario que el digitalizado, nos permite subrayar líneas, añadir anotaciones en los márgenes, guardar entre sus páginas el billete de avión de ese viaje que tanto nos ha marcado o esa carta que no podemos perder, en fin, nos deja ser parte de él.

Por lo tanto, ¿qué será del ser humano sin ese ingrediente especial? ¿Qué será de las nuevas generaciones que no podrán pasar sus manos entre páginas, donde realidad e imaginación se entrecruzan, y también donde aprenderán a crecer en un mundo donde los quieren pequeños?  Quizás hay que detenerse un momento, a pensar, que el papel no está muriendo, sino que lo estamos matando. Y eso hay que frenarlo.

Texto de Sukaina Benomar y Lydia García Sáez

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