“Para un niño con trece años, una situación así constituye una inmensidad que da mucho miedo”

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Las personas con discapacidad tienen que enfrentarse a diario a innumerables barreras físicas, psicológicas y sociales. Julio Higueras es un maestro jubilado por incapacidad que a sus 58 años sigue siendo un ejemplo de superación, tenacidad, entusiasmo y optimismo. Es un hombre comprometido socialmente y polifacético. A la edad de 13 años sufrió un accidente con un explosivo de dinamita y como consecuencia perdió casi toda la visión y tres dedos de la mano izquierda. Tiene como afición la pintura, que le ayuda a canalizar su energía positiva y a encontrar la fortaleza que le permite seguir adelante. Charlando con Julio descubrimos realmente la fuerza, firmeza y positividad que emana. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que es un experto en enfrentarse a la vida y un “maestro” en sonreír a la adversidad.

Lo que empezó como un simple juego de niños se convirtió en la mayor pesadilla para la vida de Julio Higueras. Una tarde, él y sus amigos, decidieron encender una hoguera en el campo y lanzar unos cartuchos de dinamita que previamente uno de los niños había cogido a su padre. Tras esperar un tiempo, estos no explotaron e Higueras decidió coger una de las cargas e introducir una cerilla, con tal mala suerte que no le dio tiempo a soltarla y el estallido se produjo en sus propias manos. “Como consecuencia de la explosión tuvieron que amputarme tres dedos de la mano izquierda pero lo más grave fue que también afectó seriamente a mis ojos”, perdiendo la visión total del derecho y quedando el izquierdo bastante dañado, indica. Además de estas terribles consecuencias, en su cara y en su pecho quedó alojada metralla procedente del detonador.

Tras el accidente  que le podría haber costado la vida, tuvo que permanecer más de tres meses en Madrid, dos de ellos ingresado en el hospital y posteriormente en casa de sus tíos porque debía acudir diariamente a consulta para que le realizaran las curas oportunas. Julio ha señalado que volver a su vida diaria le resultó muy duro y complicado, tanto en la reincorporación a sus estudios, como en el resto de actividades diarias. Había perdido muchas capacidades y había pasado mucho tiempo y “si a todo esto añadimos que me encontraba en plena adolescencia…”

Julio rememora su recuperación como una etapa dolorosa, compleja y muy dura, así lo sentencia: “Recuerdo que me costó muchísimo tiempo mentalizarme y adaptarme a la nueva situación”. Asimismo, resalta que hace 45 años el reconocimiento que se les daba a las personas discapacitadas era prácticamente nulo, permaneciendo olvidados en el ámbito personal, educativo, sanitario…lo que establecía una gran barrera para el desarrollo de su vida cotidiana.  “Para un niño con trece años de edad, -indica Julio- una situación así constituye una inmensidad que da mucho miedo”. Durante aquella fase tan complicada, siempre tuvo el apoyo incondicional de sus padres, los cuales sufrieron tanto o más que él mismo toda aquella situación tan desgarradora. En este sentido, Julio declara que “Aunque viviera mil años no tendría tiempo suficiente para agradecerles todo lo que han hecho por mí”.

Resulta sorprendente que, aunque Julio se ha encontrado con numerosos impedimentos en su vida, siempre los ha superado con optimismo y nunca se ha dejado derrotar por la adversidad. Él mismo afirma que estudiar con limitaciones visuales es bastante complicado, en este sentido declara: “En mi caso, nunca veía bien lo que los profesores escribían en la pizarra y tenía que copiarlo de mis compañeros”.

Con los ojos en agua y repleto de emoción, Julio relata que sus padres, tíos y primos  siempre fueron  su pilar y su fuerza cuando ocurrió el fatídico suceso. Más tarde, cuando formó su propia familia, encontró un nuevo impulso por el que seguir luchando. En este aspecto indica, repleto de ternura, que sus hijas son increíbles, muy cariñosas y la mayor recompensa que podría haber tenido. Pero sobre todo destaca a su mujer, afirmando: “Siempre me ha cuidado con esmero”.

No podemos decir que la vida de Julio Higueras  haya sido fácil precisamente. Ha tenido que someterse a lo largo de su vida a varias intervenciones quirúrgicas en sus ojos. La primera se la realizaron cuando se produjo el accidente, quedándole un residuo visual mínimo en el ojo derecho. Al estar gravemente dañado, poco tiempo después perdió la visión de este por completo. Por otro lado, declara: “En el ojo izquierdo se formó una catarata traumática que me fue mermando progresivamente la visión”.

“Tener que jubilarte con 39 años es algo que no se supera con facilidad”

En el año 1990, cuando su primogénita apenas alcanzaba los dos meses de vida, tuvo que desplazarse a Barcelona –donde lo tratan desde hace 35 años- para que le intervinieran esa catarata. En el año 2003, en ese mismo ojo, se le produjo un desprendimiento de retina del que tuvieron que operarle de urgencia también en la Ciudad Condal.

Para Julio la enseñanza era uno de los motores de su vida, pero una vez más su camino se complicó. Como consecuencia de un agravamiento en la vista debido a la tensión ocular (glaucoma) que padece, se vio obligado a dejar la docencia. Una vez más, denota optimismo en sus palabras indicando que lo único que podía hacer era sobreponerse y mirar el lado positivo de la situación a la que tenía que enfrentarse. “No obstante –asegura- tener que jubilarte con 39 años es algo que no se supera con facilidad”.

Julio, debido a su condición, está afiliado a la ONCE la cual le proporciona un apoyo integral. La organización está cerca de cada uno de los miembros mediante los centros que se encuentran en toda España. A través de estos, brindan a los afiliados apoyo psicosocial, rehabilitación integral para aprovechar el resto visual o necesidad de perro-guía entre otros.

Optimismo ante todo

Colmado de auténtica energía, insiste en propagar mensajes alentadores. Según él, la clave para superar los percances o contratiempos está en no perder nunca la esperanza, asegurando que de las situaciones más adversas han crecido las raíces más fuertes y que lo que no nos mata nos fortalece. En su caso, confirma: “Creo que gracias a los obstáculos que siempre he tenido que vencer he conseguido superarme y lograr lo que me he propuesto”. En este sentido, Julio indica una serie de pautas que para él son indispensables a la hora de sonreírle a la vida como son autoestima, paciencia o constancia entre otras.

Julio asegura que en su mente no se ve como una persona discapacitada, sino con unas capacidades diferentes, “es decir –explica- yo me considero una persona como las demás, miro a todo el mundo de igual a igual y me gusta que los demás hagan lo mismo.” Julio lo tiene muy claro, asegura que la verdadera discapacidad no está en él mismo sino en la mirada de los otros. Considera que el hecho de padecer una discapacidad no le hace inútil, ni siquiera es un obstáculo insalvable; lo más importante, según él, es centrarse en buscar sus oportunidades sin perder el tiempo en lamentarse. En su caso, expresa: “Nunca he esperado un trato preferente por ser discapacitado y he luchado por mis opciones como cualquier otra persona”.

Además de ilusión, aliento y energía positiva, Julio derrocha humildad. Tras todo lo sufrido, todo lo superado, todo lo luchado y todo lo ganado, asegura: “No creo que la historia de mi vida tenga nada de especial, sino que la historia de cada uno es especial en sí misma”. Se muestra como si la suya no fuera una historia de superación, como si sobrevivir a una explosión de dinamita con tan solo 13 años, reanudar los estudios y ser un maestro adorado por alumnos y compañeros fuera tarea fácil. No es que sea una historia de superación, para mí eres un héroe, papá.

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