
José Rodríguez Sánchez es el personaje central que una vez más nos conduce al maravilloso mundo de las artes plásticas. De semblante risueño, didáctico en sus comentarios y apasionado por la actividad que realiza desde hace más de 50 años, nuestro invitado accedió a una entrevista exclusiva para la revista internacional MIR y cedida a través del acuerdo de colaboración con Espacies.
De origen boliviano, Rodríguez evoca con nostalgia sus primeros acercamientos al arte influenciado por su padre que, de alguna manera, soñaba con que su hijo llegara a abrazar la profesión que él no pudo obtener, pero que siempre amó.
El deseo de seguir estudios en arte que manifestó el pintor a temprana edad chocó con una dura realidad que hablaba de la inexistencia de Instituciones educativas que ofrecieran la citada carrera. Los centros de estudios superiores sólo ofrecían la carrera de Arquitectura. En la década de 1970 en Bolivia sólo existía la Escuela de Bellas Artes Raúl Prada de Cochabamba. Fue aquí donde con 11 años se le negó el ingreso, lo cual supuso un duro golpe para sus expectativas. Para entonces conoció al maestro Germán Olivera Olivera quien le dio toda la formación académica durante siete años.
José Rodríguez rememora que comenzó dibujando, pintando y haciendo esculturas. Viajó por muchos países de América y Europa y comprendió que si bien existen varias corrientes artísticas, no tenía que preocuparse por ninguna de ellas, simplemente tenía que hacer un trabajo honesto porque la plástica es un medio de expresión ante todo y de lo que se trata es de comunicar.
Rodríguez intenta que su lenguaje artístico sea claro, sencillo y comprometido con el tiempo que le ha tocado vivir de tal modo que pueda llegar a una gran mayoría de sensibilidades. Como cualquier artista en su etapa temprana, nuestro interlocutor comenzó a ejercitarse con temas muy sencillos como bodegones, paisajes, retratos y muchos otros motivos de su entorno.
Dado que la historia de Bolivia está plagada de conflictos sociales, políticos y económicos, fue en relación a ellos que surgieron sus temas predilectos. Sólo después de conocer a plenitud los problemas de su país, Rodríguez aprendió a mirarse a sí mismo, es decir, a tomar conciencia de su propio potencial.

Las décadas de los 70 y 80 del siglo XX estuvieron marcadas por el tema de la libertad, muy recurrente entre los estudiantes, obreros y campesinos. Se vivían los aciagos años de la dictadura militar. En un inicio el pintor no sabía cómo reflejar eso. Decidió entonces buscar una manera más estética, más artística de reflejar esos tiempos convulsos de su patria. Esa búsqueda terminaría en Ecuador donde descubrió el elemento de expresión que, en definitiva, jugaría un rol fundamental en sus trabajos: el periódico y su poder de contar la historia cotidiana. Tuvo la idea de crear unas palomitas de papel con inscripciones sujetas por unos hilos cual marionetas. Este era el símbolo de la libertad falsa y manipulada que tanto había buscado y tanto daño había ocasionado a los pueblos.

Con el paso del tiempo el artista plástico fue haciendo personajes forrados de periódicos. Aquí destaca el cuadro “Símbolos de libertad” pintado en México, ganador del premio Tlacuilo 2008. La obra refleja una crítica a la libertad ficticia que sólo le conviene al poder y mucho de lo que el pintor vivió en las décadas de los 70 y 80.
Posteriormente pinta a un gigante caminando y llevando consigo una jaula abierta y vacía, fuera de la cual se aprecian unas palomas blancas y auténticas, símbolos de la verdadera libertad.
Al hablar de la acogida que han tenido sus trabajos en el extranjero, Rodríguez recuerda en primer lugar y con nostalgia sus experiencias en Ecuador, a donde viajó por tres meses pero terminó quedándose 11 años. De 1979 a 1990 desarrolló la llamada “Escuela de la Acuarela de Bolivia” en Quito que contribuyó en la formación de muchos artistas. Ecuador se convirtió en su cuartel general desde donde iba y venía a distintas partes del mundo. En la primera exposición que organizó vendió prácticamente la totalidad de sus cuadros. El éxito fue total.
Sin embargo, fue advertido por Elidoro Aillón Terán, su mentor, que tuviera cuidado y no se mareara con los “caramelos” que le pide la gente. Entendió entonces que el trabajo que estaba realizando debía inducirlo a realizar su propia obra, la obra que constituyera su aporte a las artes en general. En ese sentido, Rodríguez no compartió ni comparte la idea de que su trabajo sea exclusivamente producto de una técnica depurada. A raíz de aquellas reflexiones inicia un proceso de diálogo con el espectador.

El pintor tuvo la suerte de contar con un maestro de la talla del poeta Elidoro Aillón Terán que permanentemente ponía en cuestionamiento su obra. Una de esas críticas tuvo que ver con el aire y atmósfera de los cuadros que pintaba en Ecuador al año de haber llegado. Todos ellos todavía hacían recordar los entrañables paisajes de su querida Bolivia. Aún no había aterrizado en la realidad ecuatoriana, aún no había captado la luz de la mitad del mundo como se le conoce a Quito.
A partir de 1990, Rodríguez inicia su periplo a Europa con la idea de aprender. Organiza sus primeras exposiciones en Roma y Florencia. Luego se dirige a Francia, Alemania y Rusia. Muy en especial recuerda lo vivido en Suecia donde había llegado sin haberlo programado. El día que inauguró su exposición en el país escandinavo, el dueño de una cadena de galerías le propuso firmar un contrato por el cual le vendía todas sus obras y todo lo que había producido hasta ese momento, incluyendo apuntes. “Usted se ha traído a Bolivia, se ha cargado a su país, ha venido cargado de su identidad” fueron los elogios textuales del crítico. Aquellas palabras le devolvieron toda la confianza al pintor haciendo que arribara a la certeza de que en realidad no somos países tercermundistas y que estamos en condiciones de dialogar de igual a igual, de mirar de frente al otro. Regresó a Sudamérica más orgulloso de sus raíces andinas, sudamericanas.

Comenzó a remover y hablar más de las culturas ancestrales en sus trabajos. “Este esfuerzo nos puede ayudar a construir una identidad capaz de entablar un diálogo con cualquier cultura”, nos manifiesta el artista con absoluta seguridad.
En otro acápite del ameno encuentro, el autor de “Trashumante”, confesó que no suele prestar mucha atención a lo que la gente comenta de sus trabajos. Cree que es mejor escucharse a sí mismo. Para Rodríguez la pintura lo es todo llegando a representar la vida misma. La pintura refleja el lenguaje del amor, de una total entrega sin esperar ordenes de nadie. Rodríguez ha encontrado un yo artístico que le ha dado muchas satisfacciones a lo largo de su carrera profesional.

Aceptó ser profesor en la Escuela Superior de Artes Plásticas de Cochabamba, donde anteriormente no lo recibieron. Ha llegado a comprender que uno tiene que obedecer a su mundo interior.
Consultado por la relevancia de invertir y volcar el máximo esfuerzo en fomentar la cultura, Rodríguez consideró que el arte debiera gravitar en toda actividad humana. “El arte debiera ser importante porque tiene un poder impresionante toda vez que no solamente alude a la razón sino también a los sentimientos”, reflexionó.
Desafortunadamente, las instituciones públicas vinculadas con el desarrollo cultural y el ser humano en general no conocen la profundidad que tiene el arte. Semejante sentencia nos devuelve a una realidad ante la cual es importante proponer iniciativas y llevarlas a la práctica inspirándonos en ejemplos como los del acuarelista boliviano.
Es igual de valioso el análisis que hace Rodríguez Sánchez respecto a la comprensión del arte por parte de diferentes actores sociales. – “La clase media y media baja, los obreros, campesinos, de pronto no tienen una formación académica, sin embargo son más auténticos que aquellos que tienen un conocimiento universitario y académico. Y entonces esta gente que no tiene mayor formación artística y cultural es la que de manera más pura puede comprender el arte, aceptarlo y ponerlo en práctica y en muchos casos ni siquiera es consciente de ello”-.
-“Ahora bien, quienes gozan de una formación académica y cierto status, pueden hacer un análisis de la importancia de las artes, pero ese conocimiento también está condicionado por el sistema y ahí surgen intereses. Por eso es que diferentes corrientes del arte tienen el propósito de poner al artista en un pedestal, pero con el condicionante de que sólo se desarrolle en el marco de cierta corriente. Puede ser una corriente de moda que les pone una venda para que no vean la verdadera realidad de las grandes mayorías”-.
Ciertamente muchos deben compartir el significado que otorga el digno representante del mundo andino al arte en cuanto a que permite desarrollar y agudizar nuestros sentidos, sensibilizarlos de tal manera que podamos hacer una lectura más clara de la realidad. Qué duda cabe entonces en la aceptación de que el arte nos permite hablar en un lenguaje honesto puesto que tiene moral y no deja ningún margen para el engaño.

“A los pintores no hay que escucharles, hay que verlos”-, es una frase a destacar de un hombre humilde cuyos aportes a la pintura de Latinoamérica son enormes. El autor de “Madre Tierra”, acuarela que habla de la sinrazón humana que conduce a la autodestrucción, no recurre a una imagen para copiarla, porque esa imagen siempre la tiene en su mente. Por ejemplo en la demostración que hizo en el ICPNA, no tuvo nada en mano y se le ocurrió que tenía que contarle al auditorio lo que él era en ese preciso instante.
A menudo sucede que muchos espectadores de sus obras rescatan elementos que él mismo no se propone. A propósito trae a colación una exposición realizada en su ciudad natal. Conversaba con una alumna cuando de pronto se acerca un señor de avanzada edad hablando en voz alta y al mismo tiempo llorando – “…, la realidad es ésta maestro, usted la ha plasmado, yo lo siento y es lo que muchos no quieren decir, ni escuchar, ni ver, pero usted lo hizo” -. Aquella escena le causó un profundo impacto al punto de preguntarse ¿qué pasa?, ¿por qué esa reacción? Al girar se percata que su alumna también estaba llorando porque sentía lo mismo. Rodríguez sostiene que es hermoso ver como otras sensibilidades descubren un conjunto de cosas que uno ni se ha propuesto.
Al ser preguntado acerca de si su trabajo es eminentemente individual, el acuarelista cochabambino respondió que para plasmarlo sí lo es. – “Para estar consigo mismo uno tiene que estar solo. El instante más valioso que uno tiene es cuando está acompañado de sí mismo. Ahí empiezan a componerse las formas, los colores, las texturas, etc. Y ese ordenamiento no solamente obedece a la razón, porque uno pinta también con el estómago, con las vísceras, con todo. Y cuando ya tienes lista la obra para ponerla al servicio de los otros, uno se maravilla. Es una sensación como dar a luz algo que estaba muy dentro de ti” – .

En otra parte de la entrevista el “artista del agua”, como se le conoce en su país, comentó que tiene una familia dedicada al arte. Su esposa se formó como artista junto a él. Como anécdota recuerda que en el primer descuido que tuvo sus dos hijas pintaron sobre sus cuadros. Comprendió entonces que debía darles su material y espacio. Las dos son Premios Mundiales de Pintura y actualmente siguen cultivando esta hermosa actividad.
Durante el tiempo que fue agregado cultural de la embajada de Bolivia en México pasó gratas experiencias. Una de ellas ocurrió en la inauguración de la Bienal de Acuarela en el Museo de la Acuarela Alfredo Guati Rojo de Ciudad de México. Al término del evento, el embajador de Ecuador, el poeta Galo Galarza Dávila, le informa que los pintores ecuatorianos presentes querían agradecerle por las enseñanzas que había transmitido cuando éstos fueron sus alumnos.
Las muestras de cariño continuarían con el reconocimiento recibido de la Casa de la Cultura Ecuatoriana por sus cuantiosos aportes durante los 10 años que trabajó en ese país. Al cabo de un tiempo llegaría así mismo el reconocimiento de los países del Pacto Andino que lo eligieron la personalidad del año.
Actualmente José Rodríguez Sánchez es Presidente de la Sociedad Internacional de la Acuarela en Bolivia afiliada a 102 países del mundo (IWS). En el Festival de la Acuarela del Instituto Peruano Norteamericano (ICPNA) de Lima que se prolongará hasta febrero de 2019 se difunde la realización de la Segunda Bienal Internacional de Acuarela a realizarse en Bolivia. El acontecimiento cultural durará cinco meses, de Octubre 2019 a Abril 2020. La Bienal recorrerá las regiones más importantes del país andino. Esta plausible tarea busca también involucrar al ámbito educativo para que niños, adolescentes y jóvenes valoren más el arte.

Rodríguez confiesa lo duro que fue organizar la Primera Bienal Internacional de Acuarela. Recuerda que recurrió a muchas instituciones públicas (siendo él una persona con prestigio en Bolivia) solicitando apoyo pero sin éxito. Entonces mostró determinación e ingenio para hacer realidad el proyecto que a las finales congregó a pintores de 64 países del mundo. Las autoridades se quedaron sorprendidas. Nunca antes alguien había hecho en Bolivia un evento artístico internacional de tal magnitud. Ahora, para la Segunda Bienal Internacional si cuentan con el respaldo de las instituciones del país altiplánico como el Ministerio de Cultura y el Ministerio de Educación.
Como corolario de este enriquecedor encuentro queda subrayar la pasión y el afán de superación de un artista plástico que sólo habla con hechos. El mundo entero está lleno de promesas y buenas intenciones, pero aquí de lo que se trata es de hacer y entregarse a un sueño.
Las imágenes publicadas son cortesía del pintor José Rodríguez Sánchez.