El día 20 de agosto de 2021 se celebró el primer concierto de los programados por Abraham Cupeiro en la Villa Romana de la Olmeda dentro del ciclo ArqueoMúsica.

Tras dos mil años de silencio, en 1993, John Purser resucitó el sonido del Carnyx uno de los instrumentos más míticos de los instrumentos de guerra de la historia de la Humanidad. Tras él, únicamente Abraham Cupeiro ha sido capaz de reconstruir un Carnyx y hacerlo sonar.
Un instrumento unido a la tradición celta que sonó en el ciclo Arqueomúsica que se ha celebrado en la Villa Romana de La Olmeda durante este mes de agosto en las manos de este músico gallego que presentó un verdadero viaje musical en el tiempo usando casi treinta instrumentos de viento, muchos de ellos, como este Carnyx, construido con sus propias manos.

Un viaje evocador, pues cada uno de los instrumentos que hizo sonar Cupeiro durante esta sesión, traían consigo la fuerza de su tiempo y su lugar, como si con el aire que los atravesaba se despertasen los genios encerrados en ellos. Desde un tallo de centeno silvestre capaz de convertirse en una flauta, hasta las trompetas coloniales que sirvieron como origen del jazz, por el escenario de la Villa Romana pasaron huesos, cuernos, gaitas o flautas escapadas de los códices, los relieves o las pinturas rupestres.
Sonidos capaces de transportar la imaginación a otro tiempo, con ese poder que únicamente posee la música, el concierto de Abraham Cupeiro tuvo varios momentos para el recuerdo. Sin duda, el sonido capaz de helar la sangre del Carnyx fue de lo más impresionante de la velada. También lo fue escuchar un cornu romano en las ruinas de esta villa romana, como si en el último suspiro antes de la derrota final se oyesen llegar a las legiones en todo su esplendor del Imperio. Instrumentos que pertenecen a la historia de la guerra y que habitaron los campos de batalla, helando la sangre de los enemigos, haciendo reinar la confusión entre los elefantes de Anibal o infundiendo coraje al ejército propio.

No todo fueron batallas, también hubo tiempo para evocar y festejar la música como modo de supervivencia, de transmisión de cultura y de desafío ante el poder, que en un juego eterno acababa siempre por asimilar los instrumentos y los sonidos de quién los había creado como forma de resistencia, de las cocinas humildes a los salones de los poderosos en una rueda eterna que sigue girando.
P.D. Me vine arriba con el título, pero recordé aquel concierto de El Naáan en la explanada de la Villa, en la que dijo aquello de venir a cantar en las ruinas del invasor romano y fue difícil no hacerlo.
Artículo de José An. Montero y fotos de María Ramos.