
Queda apenas un parpadeo para que desaparezcan las inquietantes fotografías de Vivian Maier (Nueva York, 1926-Chicago, 2009) de las salas 1 y 2 del Museo Patio Herreriano de Valladolid. La memoria recuerda los retratos de Malkovich realizados por Sandro Miller en los que el actor norteamericano recreaba las fotografías más conocidas del siglo XX. Dos juegos de espejos que se suman uno al otro. El actor que toma el papel del protagonista y la fotógrafa anónima que se convierte en protagonista.
Vivian Maier murió justo unos días antes de que John Maloof descubriese la identidad de la mujer que había realizado los diez mil negativos sin revelar que compró en una subasta por 380 dólares y que sirvieron para pagar apenas unas semanas de alquiler. Vivian Maier murió creyendo que sus fotografías morirían en el anonimato como fue su vida y su muerte. Fotografías no reveladas. Nunca sabremos si hubiera deseado que alguien descubriera su cara y la hiciera pasar a la historia de la fotografía entre las grandes autoras de Street Photography.

Una vida recorriendo las calles con una Rolleiflex colgada del cuello, retratando todo lo que pasaba a su alrededor como si temiera olvidar. Un solitario caminar por las calles buscando su imagen en un reflejo para autorretratarse. Mirada perdida que mira al otro lado del espejo. Rostro impasible y concentrado. La fotografía analógica no permitía el error ni la rectificación, la fotografía no revelada impediría el descarte del material erróneo.
Las 83 fotografías cuadradas nos miran desde las paredes y, como en el funeral de Bill Viola, nos damos cuenta de que Vivian Maier somos nosotros y las fotografías son sólo espejos en los que nos miramos. Somos Vivian Maier encerrados en su alma solitaria y anónima mientras tratamos de aferrarnos a nuestra propia identidad antes de quedar atrapados al otro lado de la foto.

Las fotografías de Vivian Maier no parecen tener afán artístico, sino sólo dejar una huella de paso por el mundo. Una huella que no parece que tuviera previsto ser revelada, positivada, ni perdurar. Son repetitivas hasta lo insoportable. Cristales en una ventana, espejos retrovisores, tostadoras, chapas o cualquier objeto del siglo XX que emitiera su reflejo.
Nos queda la duda de si estamos viendo el retrato de una soledad infinita o de una fobia social patológica. Sombras y reflejos se van sumando. Paisajes con sombra y paisajes con reflejo. La historia de una “nanny” anónima que murió en la miseria y el anonimato de la que nunca sabremos qué pensaría al ver su intimidad colgada en un museo.
Una continuación en forma de películas en 8 mm. con las que acabamos de caer al otro lado de la cámara y somos conscientes de nuestro propio anonimato, de nuestra propia insignificancia.
La exposición “Vivian Maier” se podrá visitar sólo hasta el 23 de abril de 2019 en las Salas 1 y 2 en el Museo Patio Herreriano de Valladolid.
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[…] artículo se publicó en Espacies el 22 de abril de […]
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