Pinta y colorea la nueva normalidad

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Amanece un nuevo día de confinamiento. Y aunque cada vez sea más parcial y cada vez andamos más saturados de noticias, acudo a Twitter a por la ración diaria de noticias, fakes, memes y desvaríos habituales de noctámbulos y trolls. Nunca defrauda, siempre hay un buen surtido de ingenios sobre los temas más variados que, como el gato de Schrödinger te hacen creer al mismo tiempo en la inteligencia y en la estupidez humana. 

Este día setenta y tantos de rutina pandémica amaneció con “Magisterio” entre los grandes temas de la noche. Unos cuatro mil tweets (o tuits, depende desde donde se mire) han amenizado la noche de los noctámbulos. Los argumentos son más que conocidos. El más maravilloso de todos, “pinta y colorea”, lanzado desde la pretendida superioridad del que no se apasiona con lo que hace. 

Tras pasar por otras facultades, este curso comencé a impartir docencia en la Facultad de Educación de Cuenca. El primer descubrimiento fue que los estudiantes no cursaban las asignaturas de Ciencias Sociales por amor a la geografía o a la historia, sino por amor a enseñar. Asimilada esta primera lección de humildad hacia el conocimiento propio, iniciamos un camino juntos para repensar lo pensado, para revisar lo conocido, para curiosear en los saberes, para aceptar sugerencias y preguntas, para asumir que iba a ser un curso de aprender casi tanto como de enseñar. Es más fácil cuando se cuenta con un grupo de estudiantes activos, con ganas de hacer cosas, con ganas de romper los límites de la clase y mirar por la ventana para aprender. Con ellos y con Gloria Fuertes, aprendí que “Por el norte limito con la duda, / por el este limito con el otro, / por el oeste Corazón Abierto / y por el sur con tierra castellana”.

Pinta y colorea. Creo que el mejor punto de partida para este tema es considerar la cuestión de la dificultad, la cuestión de lo difícil y el miedo que provoca. Con estas palabras comenzaba Paolo Freire su segunda carta a quien pretende enseñar. He encontrado estudiantes dispuestos a experimentar, a transitar nuevos caminos, a jugar, a investigar nuevas maneras de enfocar los temas, a buscar nuevas maneras de ver el mundo, siendo conscientes que están aprendiendo a que cada niña y cada niño que se encuentren en su camino será diferente y tendrán que enseñarle de una manera diferente. La educación quizá no es una ciencia exacta, pero sí es un compromiso, una vocación. 

En un curso tan especial como el vivido en el que se ha roto esa larga tradición en la que parece fundarse la relación pedagógica, según Emilio Lledó, como es la presencia del que enseña. Un curso en el que las paredes del aula han dejado de delimitar el espacio de la escuela y en el que hemos tenido que adaptarnos rápido a esta nueva realidad educativa. Un curso de descubrimientos, dudas, aciertos y errores en el que los futuros maestros y maestras han aprendido para poder enseñar. Un esfuerzo titánico para seguir contando cuentos, para seguir pintando, para seguir coloreando, para que los más pequeños pudieran entender un poco mejor lo que estaba pasando. 

Un curso en el que, después de tanto tiempo, he descubierto una nueva perspectiva de ver la geografía, pues como dijo el poeta Vladimir  Maïacovski, “Los maestros, / toman la tierra, / la descarnan, / la destrozan, / y enseñan: / -Toda ella / no es más que un globo pequeño, redondo. / Pero yo, / con los codos aprendí geografía. / No en vano he dormido tanto sobre la tierra.”

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