Esta no es una crítica, ni siquiera una crónica, de la exposición “Lindalocaviejabruja” de Sara Ramo puede visitarse hasta el 2 de marzo de 2020 en el Museo Nacional de Arte Reina Sofía. Es tan solo una prólogo para una entrevista que nunca se va a producir.

Un mosquito con ínfulas artísticas revolotea por la sala atraído por los caramelos pegados en el techo. Las dos vigilantes de la sala no lo pierden de vista y cuando lo hacen, el zumbido estilo Apocalypse Now lo delata casi al instante. Únicamente su presencia confirma que hemos llegado al lugar que buscábamos. El cubo de la fregona tirado en el entrada era sólo una barrera psicológica.
Dos salas nobles, la llamada Sala del Protocolo, está habitada por grandes armarios con tapas al estilo de una sacristía catedralicia o una biblioteca abandonada son ya territorio conquistado dónde ir descubriendo las pistas que se camuflan en sus grietas y en sus rincones.
Mechones de pelo humanos sobresalen bajo una puerta a ras de suelo, mientras la única puerta que tiene abierta el armario se ha convertido en un muro que clausura el espacio. Entre la basura abandonada y la obra de arte. Caminando por ese alambre delicado en el que camina por el alambre el Espacio I de “lindalocaviejabruja” de la artista hispano-brasileña Sara Ramo en el Reina Sofía hasta el 2 de marzo.

Una ocupación institucionalizada, que evoca otros tiempos más rebeldes, sirve para construir las pautas del resto de espacios construidos. Esta “lindalocaviejabruja” continúa en otras salas, pero esperaré a visitarlas a que caiga la noche. La prioridad es encontrar la presencia que se oculta en esta sala y que seguramente está mirando ahora mismo por alguna de las cerraduras observando la reacción de los que entramos y salimos de la sala.
Aprovecho que el mosquito-helicóptero lanza un ataque furibundo y aparentemente suicida a una de las vigilantes para ocultarme en uno de los armarios. Allí esperaré a que cierre el Museo para encontrarme frente a frente con la presencia artística o no que se esconde en algún lugar de esta sala. Una vez dentro de este armario compruebo que no está del todo vacío. Unas puertas se conectan con otras formando un laberinto de madera sin separaciones interiores, con escaleras que suben y bajan a los pisos inferiores. Sigilosamente me arrastro hacia una de las esquinas donde encuentro unas ropas abandonadas formando un lecho abandonado. Trato de comprobar en el folleto que recogí a la entrada si forma parte de la exposición o es aquí donde alguien vendrá a dormir al caer la noche. Me instalo allí apoyando la espalda en la esquina. Observo si alguna de las piezas de madera que me rodean camuflan algún acceso secreto.
Empieza a caer la noche y me vienen a la cabeza las películas de nazis, las historias de maquis, las emparedadas medievales, tantos terrores escondidos en los armarios. Una sombra tapa la rendija por la que entra algo de luz. Guardo silencio. Alguien mira buscando la obra de arte escondida. Espero sin respirar a que se marchen los últimos visitantes y que se apaguen las luces. Alguien cierra con fuerza las puertas de la sala. Abro la mochila y saco la grabadora. Estoy preparado para comenzar esta entrevista. Comunica…