Lena Estrada Añokazi: “La gente decía que había que guardarse en la selva, cuánto más adentro, mejor”

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Lena Estrada Añokazi junto con el abuelo Yainá

Conversación con Lena Estrada Añokazi, indígena Uitoto Minɨka, pueblo que habita su territorio ancestral: Nofuɨco -La Chorrera-, en el Amazonas colombiano, doctora en Sostenibilidad por la Universidad Politécnica de Catalunya e investigadora de la Universidad Nacional de Colombia.

En la Amazonía colombiana, hablar de la COVID “es remembrar la ingobernabilidad en la que estamos, ese abandono estatal que vivimos diariamente en donde es protagonista la corrupción que nos azota, los políticos fantasmas, la poca relevancia que se nos brinda a la población de zonas periféricas, el aumento de precios desmedidos y sin ningún tipo de control en productos de la canasta básica, el cierre fronterizo, el narcotráfico, la deforestación, la desesperanza, el hambre, la frustración, la muerte, pero también la resiliencia, el regreso a lo propio, al origen, a la medicina tradicional”, relata Lena Estrada Añokazi, hija de Felisa Añokazi, educadora y lideresa indígena uitoto. 

La pandemia es sólo un golpe más para estas poblaciones indígenas. Muchos tuvieron que emigrar en las décadas anteriores debido a las guerras, a las hambrunas y al expolio de sus territorios. La supervivencia no ha sido fácil. Las poblaciones indígenas tuvieron el reconocimiento de ciudadanía hasta la constitución de 1991. Hasta entonces eran considerados salvajes, sin derecho a voto, ni a opinar, ni a llevar una vida dentro de la sociedad civil. 

Lena Yanina Estrada Añorazi llegó al Amazonas justo antes del cierre de las fronteras, aeropuertos y puertos, allí permaneció forzosamente esa primera oleada de la pandemia, en la comunidad indígena Takana, a cuarenta minutos de Leticia, quince de ellos por trocha, lo que en España llamaríamos senda. Entre los suyos, la comunidad indígena Uitoto Minɨka, en el Amazonas colombiano, la doctora en Sostenibilidad por la Universidad Politécnica de Cataluña y defensora de los Derechos Humanos y de la Naturaleza, ha sido una testigo privilegiada de la realidad que han vivido las comunidades indígenas durante estos meses de pandemia.

La vida real en el Amazonas, lejos de la imagen paradisíaca soñada por el pensamiento roussoniano occidental, se volvió aún más dura durante este tiempo. “Las comunidades indígenas cerraron, no se pudo ingresar ni salir. Mi casa está en el camino hacia los cultivos de las comunidades, hacia el río, donde continúan las viviendas que se adentran en la selva. Desde ahí comencé a ver familias enteras entrando a diferentes horas del día, todas iban, nadie salía. Los jóvenes y niños acompañando a los padres y mayores. La incertidumbre afloraba. La gente decía que había que guardarse en la selva, cuanto más adentro, mejor”. Un lanzarse hacia el interior de la selva como lugar de salvación que tantas veces ha practicado el ser humano, no sólo por las pandemias, sino también empujados por las guerras o la presión colonizadora. Una especie de echarse al monte superlativo practicado en todos los lugares del mundo cuando el cielo parece caer sobre las cabezas. “Ahí permanecen sanos y salvos, desde ahí nos protegen y son la esperanza de que una parte de nuestro aliento continúa intacto, inquebrantable”, cuenta Lena Estrada Añokazi. 

Durante estos meses, la educación de los más pequeños simplemente se paró. No fue posible continuar. En las comunidades indígenas no llega Internet y en muchos casos ni siquiera las líneas telefónicas. Tampoco tiene los medios económicos para disponer de un teléfono inteligente o un ordenador. En estas condiciones es imposible continuar incluso en las capitales amazónicas, donde la mayoría de la población no tiene medios para adquirir estos equipos. Sin embargo, las comunidades indígenas uitoto más tradicionales consideran como secundario ir a la escuela a aprender a leer o escribir en una lengua ajena, conocer la Historia Occidental o seguir un currículum educativo pensado desde las grandes capitales. Quizá por ello, la constitución colombiana de 1991, reconocía que cada comunidad, dentro de cada resguardo indígena, podía crear su propio currículum educativo para que las niñas y niños recibieran las clases en su idioma propio. Un derecho lógico y legítimo que ha traído como contrapartida la dificultad de acceso a niveles superiores de la educación para los que el conocimiento del currículo oficial es indispensable. 

Lena Estrada Añokazi

A pesar de ello, muchas comunidades indígenas han decidido que sus niños se queden en casa aprendiendo los conocimientos ancestrales, manteniendo la cultura y siendo educados para ser los futuros sabios, brujos o chamanes de la comunidad, conservando de esta manera conocimientos profundos necesarios para la supervivencia en el entorno en el que habitan. Una decisión que no deja de ser polémica desde la mente occidental, donde la individualidad prima sobre lo colectivo. “Mucha de nuestra gente había estado tan ocupada en trabajos de ciudad, que habían olvidado las labores que nos fueron encomendadas desde el origen del universo. Desde el principio, la madre naturaleza tiene sus propias leyes y nosotros tenemos una ley de origen. La orden para los pueblos indígenas es preservar los recursos de la Madre Tierra. Ellos fortalecen las conexiones espirituales que nos permiten tejer la vida. Mantener el equilibrio de todo es salud”, relata la investigadora uitoto. 

Una lucha interna constante dentro de cada comunidad indígena entre el acercamiento a la cultura occidental o la preservación de su esencia cultural. En este abanico de posibilidades, la comunidad a la que pertenece Lena Yanina Estrada, es “supremamente tradicional”, en la que consideran que muchos de sus hijos se han convertido en “inservibles porque se han olvidado de su propio aliento y de su responsabilidad de cuidar y aprovechar el conocimiento de los mayores”. Un pueblo que considera que cada árbol que perdemos genera un desequilibrio en la Tierra. “Tenemos un padre sol alumbrando y brindando energía a todos los seres vivos por igual. Hemos olvidado que somos humanidad. Hemos olvidado lo básico y hemos perdido la conexión con los espíritus. La ley original estaba quedando lejos, eso causó el desarrollo de nuevas enfermedades y el desequilibrio de la población”.

Para muchos occidentales, los indígenas uitoto tenían la cara de Antonio Bolivar, él fue Karamakate en la película “El abrazo de la serpiente” de Ciro Guerra, un chamán amazónico, último superviviente de su tribu, que trabaja junto con dos científicos buscando una planta curativa sagrada en la selva. Antonio Bolívar también continuó su camino hacia la casa de sus ancestros durante este tiempo. Mientras tanto, el mundo occidental sigue sin reconocer el valor de la medicina tradicional, conocedora de la naturaleza, del territorio y del pensamiento occidental, dejando que su sabiduría se pierda para siempre.

Los chamanes amazónicos hablan de Yerako, el término uitoto con el que se refieren “a las plantas prohibidas, esas que se enterraron en un sitio especial de nuestro territorio, lejos, para que nadie las tocara y que su espíritu no nos alcanzara. La situación de pandemia que vivimos hoy representa que hemos tocado algo que no debíamos, es la simbolización de la naturaleza modificada por el hombre. Yerako, ese espacio poderoso con energías nocivas ha estado presente en las atrocidades que hemos tenido que vivir a causa del desarrollo de Occidente. Pero una vez más, los pueblos indígenas demostramos que aún está intacta nuestra sabiduría, que nuestros abuelos siguen ahí sentados pensando, cuidando y que los jóvenes no tenemos necesidad de modificar nuestros imaginarios por unos occidentales en declive.”

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