
Hace ya algún tiempo, que veníamos acariciando la idea de fundar una hoja volandera. Y tal idea, nacida en los destartalados desvanes de nuestros cerebros, la hacemos hoy rodar al mundo de lo tangible y de la forma, y es, ni más ni menos, queridos lectores, que lo que tenéis en las manos.
¿Otro fanzine más? Dirán algunos al verse sorprendidos por Espacies: no, no se precipiten los que tal exclamaren, pues esta publicación no ha de ser uno de tantos otros papeles que vienen a aumentar el gran número de hojas volanderas, las cuáles anuncian su entrada triunfal en el mundo de las letras, a los acordes de bombo y platillo, como farándula guiñolesca, terminando por ser una suave prolongación, si no un ridículo remedo de los que les habían precedido.
Podrá nuestro quebradizo engendro nacer como todos sus congéneres, por grandes que sean sus amamantadores, en el tercer grado neurasténico, pero para eso hemos pensando primeramente en ti, culto lector y sobre tu conciencia pesará tan alevoso asesinato, si pudiéndole sanar, consciente o inconscientemente lo matares.
Hemos abierto este número cero de Espacies con el eco de las palabras que Ildefonso Velasco escribió para aquel lejano primer número de El Día de Cuenca en 1910. Con ellas hemos querido rememorar, aunque sea a través de unas míseras fotocopias en blanco y negro, ese maravilloso momento en el que los jóvenes periodistas y artistas podían ver por primera vez impresas sus palabras y dibujos. Ese éxtasis profesional que debía suponer ver salir de las rotativas la creación propia. O lo hacemos o nadie lo hará por nosotros ya.
Con la ilusión de escolares que juegan a lo que quisieran ser de mayores, nos hemos reunido en esta mesa de redacción estudiantes universitarios de múltiples procedencias espaciales y académicas para construir, en este anémico número, lo que tantas veces hemos soñado. Al fin y al cabo, ¿a quien importarán ya unas pocas palabras impresas?
A nosotras y nosotros. Somos analógicos y queremos seguir siéndolo mientras podamos. Seguimos en el camino.
Los tres primeros párrafos, salvo las palabras en cursiva, están extraídas de la Introito publicada por Ildefonso Velasco para el primer número de El Día de Cuenca publicado el sábado 14 de noviembre de 1910 en una edición de cuatro páginas en blanco y negro.
Texto de Jose An. Montero e ilustración de Larisa León