
En tiempos de posverdad en los que se tiene la sensación de habitar utopías, la memoria está más en peligro que nunca. Más cuando se refiere a la conservación o destrucción del patrimonio cultural. En la última década se han asistido a casos sangrantes de destrucción de patrimonio, como la de monumentos y estatuas en países ocupados por Daesh, como la ciudad de Palmira (Siria) o numerosos monumentos en Mosul (Irak), además de la Biblioteca de la Universidad de Mosul. Pero incluso el incendio accidental de la catedral de Nôtre Dame en París supuso, durante algunos días, un shock cultural para el imaginario europeo. En 2019, la editorial La caja books publicaba «La destrucción de la memoria», ensayo escrito por el periodista Robert Bevan. Un texto de gran profundidad que analiza este imaginario de destrucción y shock que plantea una serie de reflexiones: ¿Para qué se usa la arquitectura en la guerra?¿Cómo afecta la destrucción de estos lugares a la sociedad?¿Qué dice la arquitectura de un lugar si se destruye o no?¿Cómo se pueden reparar las heridas de la guerra a través de la arquitectura?
Robert Bevan, periodista, colaborador de Forensic Architecture y miembro del Consejo Internacional de Monumentos y Lugares, que asesora a la UNESCO, se hace estas preguntas y trata de contestarlas a lo largo de 400 páginas, con fotografías y dibujos de monumentos a lo largo de toda la historia reciente. El resultado es una obra sólida que se presenta casi como una investigación práctica llenas de casos de estudio, en este caso, arquitectura y monumentos que han existido y dejado de existir de forma violenta. Preguntándose las motivaciones que llevan a hacer desaparecer un monumento en un contexto violento y analizando la el acto sistemático en el patrimonio durante guerras en el siglo XX, Robert Bevan plantea, por ejemplo, las motivaciones de los militares serbios en la destrucción de mezquitas durante las Guerras Balcánicas o de los aviadores ingleses durante la campaña de destrucción de centros históricos de Alemania en la II Guerra Mundial.
Bevan combina una extensa bibliografía con sus propias experiencias en lugares bélicos y en los que se ha destruido este patrimonio, siempre desde un punto de vista distanciado, permitiendo dar una óptica básica con la que poder comenzar a interesarse por este aspecto. Desarrolla estos casos estudio a través de elementos que históricamente han generado conflictos violentos, tales como los muros, las vallas, el olvido, la propaganda o la conquista y trata de confrontar esos elementos contra su propia historia, tal como hace con el Muro de Berlín o el gran muro construido en la división de Belfast. Tal como refleja el libro, la limpieza cultural que genera la destrucción deliberada de lugares culturalmente importantes, va más allá del propio recuerdo. El solo hecho de decidir reconstruir un edificio en una zona conflictiva, tal como viene sucediendo en la zona occidental de Bosnia-Herzegovina en la última década con las mezquitas, puede complicar más aún la resolución de conflictos encarnizados como la posguerra, generando incluso el temor de que se activen de nuevo.
La arquitectura es una víctima de la violencia, así se vio reflejado por primera vez en el Tribunal de La Haya con la destrucción de patrimonio en Mali o en el tercero de los estatutos establecidos por este tribunal para juzgar los crímenes en la guerra en la antigua Yugoslavia. Aunque no puedan compararse con la pérdida de una vida humana, dice Bevan,»cuando los bienes culturales de un pueblo comienzan a ser destruidos, la comunidad internacional debería ponerse en guardia ante la posibilidad de que en breve comience la destrucción en masa de ese mismo pueblo» (pág.370).
A día de hoy, países como Estados Unidos o Reino Unido no han firmado la Convención de Ginebra de 1977, que protege a los monumentos y los bienes culturales de ser bombardeados de manera injustificada. Entendiendo las posiciones de estos países tal vez podamos trazar un punto de partida para entender la importancia del patrimonio en las guerras, y en la sociedad y sobre todo, el trabajo de personas como Robert Bevan o iniciativas como Forensic Architecture, en la investigación de la destrucción de monumentos y patrimonio. Tal vez, la destrucción del patrimonio sea el único medidor que nos permita no asfixiarnos en esta mina de verdades contaminadas.