El poemario editado por el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente fue presentado en la Fundación Antonio Pérez de Cuenca y conmemora el 120 aniversario del nacimiento del pintor segoviano vinculado al expresionismo abstracto de Nueva York

Nos dice entre sus páginas, casi al final, que el mundo es una caricia telúrica abisal y nos trae a Ashbery, a Kandinsky, a Nietzsche, incluso Los Núcleos, Lindes y Diagramas, cerrando ese paso con la Amapola de O’Keeffe y la Huostonía Caerulea del poema de James Schuyler, y me rindo a todo su expresivo diagnóstico porque es un trabajo tan lírico en el contenido verbal como intenso en el calidoscopio de sus imágenes, bellas, icónicas y trasgresoras. Hablar de Esteban Vicente es traer el olor de la libertad ausente, cuando así estaba y él la significaba entre sus obras y colores, collages y esculturas, sentimientos y recuerdos, vida y muerte, tal vez, exilio por engranaje de cuerpo y alma. Y es que lo hizo cuando Esteban Vicente abrió su alma a García Lorca, incluso al peruano César Vallejo, sin olvidar que Alberti le marcaba la línea quebrada de la ironía, del opúsculo sin paisanaje, ya perdido, por el trágico destino y el final de un camino que recorrió a compás de un sacrificio solariego.
Samir Delgado sabe cómo buscar la esperanza de un mundo mejor, en Arte y Poética, siguiendo esa trayectoria, más humana que profesional, de esos monstruos tal cual Zóbel, Rueda, Sempere, Millares o Saura, sin que olvidemos su esmerado estudio de aquella Carta de Cambridge cuando llegó a su destinatario un día después de su muerte, al gran poeta Antonio Machado, invadiendo con ese silencio repentino y completo el entorno del Queens’ College. Me he sentido siempre bien a su lado, antes con el recordado Tren de los Poetas, y ahora, con su periplo mundial a caballo entre proyectos poéticos, pictóricos, abisales.

Por eso, vuelve a sorprendernos este poeta, amigo de lo indescifrable y de lo sentido, seductor y comprometido con ese Museo Abstracto Español de Cuenca que abrió espacios con destino propio, o su ascensión hacia la abstracción en formación académica, solemne e interlineal entre gentes, mientras su espíritu augurase estallido de melancolía, versos sueltos y libertad provocada; y lo vuelve a hacer, maravillosamente bien, siguiendo el estudio del segoviano que supo crear paisajes, sin que en pinturas como “Placer”, “Tormenta”, “Orden” y “Fragancia” perdieran su escalón poético al lado de la imagen, más sonora que visual, de bellos óleos, acuarelas, volúmenes y gravitación, como esa cofradía de espejos en un orden indescifrable.
Samir Delgado en el libro “Antes de la cosecha” lo hace creer. Establece un diálogo con el universo, en esos ciento veinte años o ciento veinte poemas o ciento veinte minutos de silencio en grito. Es, su homenaje literario a este increíble artista, Esteban Vicente, que visitó México, la India, Hawai, marcado por un exilio después de una Guerra Civil, en esa mirada que hace de la pintura sumirse en la emoción del encantado y del desencanto, palpando esa misma historia del museo que le acoge en su Segovia natal. Es un gran libro de poemas, diferente como todo lo que hace Samir Delgado, auténtico porque es real en su ideario, sutil porque lo trata con la delicadeza del que adora lo que lee y visiona, cantando sus ciento veinte años de aniversario de ese nacimiento de Esteban Vicente, inspirado en su pintura, su escultura, sus collages.
No es lo mismo mirar que ser mirado, ni ver que ser visto, ni sentir que ser sentido; por eso Samir Delgado, que bien sabe cómo llegar al público selecto, lo hace bajo un prisma auténtico, sencillo y personal, y eso le hace seguir cada vez más ese gran camino de crear sobre lo creado. Una buena apuesta de ese Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, de Segovia, al que felicito desde mi humilde crónica.