
Ilustración original de Sisi Morales para Espacies
La crónica de una muerte anunciada era esto. O eso se creía en 2008. El fin del libro en papel era ya una especie de elefante en una habitación enorme. Resulta que era eso, un problema de un elefante pequeño en un espacio demasiado grande. Al final no ha ido más lejos. Quince años después el elefante ha vuelto a su hábitat y no tiene nada que temerle a las nuevas especies que habitan a su alrededor.
Si el papel ha muerto, lo ha hecho la forma en que lo hemos entendido hasta ahora, porque los géneros han vuelto, y más profesionales y en la ola de lo que nunca han estado. Y no hablamos solamente del libro, sino del diario y sobre todo de las autopublicaciones, los fanzines.
Hace cuarenta y cinco años, en 1973, cuando había pasado casi una década de la aparición de la cultura underground en EE. UU., apareció en España El Rrollo enmascarado, una publicación que trajo por primera vez en formato papel esos cómics de aspecto sucio y mal hecho que el mítico Robert Crumb ya estaba haciendo como forma de denunciar la situación política de su país. Cultura Beat, hippies, los llamados poetas malditos, y el mayo francés en florecimiento, además de imperialismo y crisis económicas movían a los autores de cómic para crear una nueva cultura que se escribía como se podía en trozos de papel, dibujos y fotografías.
Seis años más tarde de que El Rrollo enmascarado hubiese comenzado a publicarse y cuando la España franquista daba sus últimos coletazos, apareció en 1979 el culmen con El Víbora, editado por La Cúpula, pudiendo considerarlo como uno de los primeros fanzines o publicaciones underground en nuestro país, que consiguió darle voz y llevar al estrellato a figuras del cómic como Max, Nazario o Gallardo, pero ante todo expresar cosas que rompían totalmente con los grandes paradigmas del régimen, y con los grandes pilares de corrección y recatamiento, sobre los que atacó una España sedienta de libertad cultural. Traerían después autores prohibidos, y llevarían a cabo 300 números de cómics.
Esta cultura de la autoedición en papel no ha hecho más que fluctuar desde aquellos años, pero si hay algo que todas las grandes épocas de oro tengan en común entre ellas es que en las épocas de crisis, allá donde el arte ha florecido más, también lo ha hecho la autopublicación, como forma de independizarse de grandes editoriales.
Los tiempos han cambiado, claro. Lo vemos muy bien reflejado en documentales como ”Grapas”, que además de hacernos un repaso sobre la historia del fanzine nos desarrollo cómo ese concepto que fue en sus inicios una anomalía y ha sido una necesidad para muchos otros durante su carrera, se ha ido desarrollando cualitativamente con los años, hasta profesionalizarse.
“Para combatir el aburrimiento y la mediocridad, por eso deben existir los fanzines”, dicen. Y mientras haya algo que publicar, habrá papel.
Texto de Inés Villodre e ilustración de Sisi Morales