Decid adiós a las cartas

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Recuerdo la emoción de abrir el buzón de casa y encontrar una carta a mi nombre, escrita a mano. Cartas de mis familiares que estaban en otros países trabajando, amigos que vivían en otra comunidad. La incertidumbre de no saber si la carta había llegado correctamente a su destinatario. Que desde Edimburgo llegue la respuesta de tu tía, con una foto y una pequeña sorpresa después de un mes de espera y  la ilusión de leerla, releerla y guardarla en la caja de los recuerdos.

De vez en cuando, aún las cojo y las leo, las observo, admiro los tachones de lo que fue una buena idea y automáticamente dejó de serlo. Examino la personalidad que esconden las letras, las expresiones y el tiempo dedicado en ello.

Ahora abro el buzón y si encuentro alguna carta es para una cita médica, propaganda o facturas. Si quieres saber de alguien, recurres a WhatsApp. Si algo en especial te llama la atención, lo marcas como favorito, te cambias de teléfono, pierdes tus cosas importantes. Cambias de caja, sigues teniendo tus cartas. Mensajes con caducidad, folios sin fecha de expiración. La magia reside en lo escrito, en el papel, en la tinta, en romper la hoja y volver a empezar. La perfección y el cuidar hasta el mínimo detalle, la estética de una buena carta le da mil vueltas a cualquier mensaje muy cordialmente escrito.

Las pequeñas cosas, una postal, una foto escrita por detrás. El papel ha muerto, las cartas han muerto, los sellos y los sobres también lo han hecho. Avanzamos en el tiempo, dejando atrás los detalles. Algo como invertir tiempo en los demás, tomarte la molestia de contestar. Ahora somos náufragos en nuestras propias palabras, porque los barcos de papel, acabaron extinguiéndose.

Texto de Arancha Hortelano e Ilustración original de Larissa León

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