
Entramos en escena a las once de la mañana de un jueves cualquiera de diciembre, en una mano: un café; en la otra: un bollo; en mi cabeza: mil ideas gravitando que intento disimular con una mirada firme. Al localizarla en el mismo sitio de siempre, portal número tres de Carretería, me dirijo con paso firme hacia ella y le pregunto con un tono excesivamente educado ‘¿perdone, puedo sentarme con usted?’ la mujer asiente y retira unas bolsas para dejarme sitio, procuro no sentarme muy cerca de ella porque recuerdo lo que nos explicó Antonio sobre la proxémica y no quiero que se sienta incómoda. Le ofrezco el oscuro café intentando mostrarle la bandera blanca, limpia de prejuicios aunque dispuesta a ser decorada, que viste mi mente siempre que puedo. Empezamos a hablar y pronto puedo ver los colores de sus frases.
En las siguientes líneas procuraré describir nuestra exquisita conversación, con sus momentos amargos y dulces:
Nuestra protagonista es Patricia Pebayle, mujer francesa de 62 años que desde pequeña ha entendido conceptos que a esta sociedad todavía le cuesta, su madre le decía “todo lo que no es francés no es bueno” y ella, como muestra de desacuerdo, siempre le respondía en un perfecto y puntilloso alemán.
Llega a España un año después de la muerte de Franco, se asentó por la provincia de Alicante y tras dos matrimonios fallidos tuvo la fatal suerte, como muchas otras mujeres, de casarse con un maltratador con el que estuvo 18 años y del que, como último recurso, tuvo que huir, porque cuando iba a denunciarle le contestaban con un “no pasa nada, eso es una riña de matrimonio” ella misma nos cuenta que “antes no había tantas ayudas para la mujer maltratada como hay ahora”, aunque todavía se sigan dando casos en el que los cuerpos de seguridad responden con indiferencia ante este tema.

Nos cuenta en voz baja y mirando al suelo, como el que mira su reflejo en un charco y se pone a recordar: “Es que tú no sabes lo que era que te despertase a las dos de la mañana, sabiendo que me despertaba a las seis, para decirme que era una guarra, una puta, echándome en cara que prefería trabajar con moras antes que estar en casa con mi marido”. Añade: “Esto sucedía todos los días, y si aguanté fue por mis dos hijas, porque tenía miedo por ellas”.
Tras esas palabras vuelve a mirarme con ojos tristes, no puedo abrazarla porque sería invadir su intimidad, así que le digo con un tono sincero que fue muy valiente. Patricia, tajantemente me responde: “No, he huido, dejé a mis niñas” intento aliviar la culpa que llevaban sus palabras, en vano.
Cuando le pregunto que si él está en la cárcel Patricia suelta una carcajada al aire y nos dice que él sigue con su vida, con su casa, con su trabajo, como si nada, solo consiguió una orden de alejamiento.
Tras huir, Patricia acabó en un centro de mujeres maltratadas, nos cuenta la experiencia: “Cuando llegué estaba desorientada y hecha un pena, me tuvieron que duchar y la persona que lo hizo se quedó horrorizada al ver que mi espalda estaba totalmente marcada: mi pareja intentó matarme arrastrándome desde la puerta de mi casa hasta la carretera para ver si un camión me atropellaba, todo esto delante de mi hijas”
No recuerdo lo que le contesté pero seguramente fue algo estúpido, no puedo cambiar lo que pasó, no puedo curar sus heridas, pero si puedo hacer que se sienta escuchada y comprendida, pero para mí sigue sin ser suficiente.
Tras seis meses en el centro sale a la calle “con una mano detrás y otra delante”. Tenía un título de la Cruz Roja que le hacía estar perfectamente capacitada para ayudar a mujeres maltratadas, ancianos o niños, pero no encontraba trabajo y el que encontraba, era precario. Estas son las consecuencias reales, más allá de los números, de la crisis económica y ética en la que vivimos.
Nos sigue comentando que cuando cobraba, su salario era miserable, a pesar de que la gente para la que trabajaba no sufría ningún tipo de carencia económica, más bien lo contrario. Patricia aprieta la mandíbula, y dirige su mirada al frente: “la gente se aprovecha mucho de la necesidad”.
En ese momento conoce a su compañero, como ella le define “de vida, de ruta, de alma”, se conocieron en el albergue de Alicante y a partir de ahí empezaron a recorrer España con una mochila, la última parada de ese viaje fue Cuenca, donde viven en la actualidad.
Como me ha parecido interesante el cambio de la palabra ‘marido, novio, pareja’ a ‘compañero’ le pregunto si ella cree que su percepción del amor ha cambiado con los años y experiencias, a lo que responde: “Por supuesto, cuando eres joven el amor es una cosa maravillosa donde buscas a tu príncipe azul, a los treinta ya eres más segura, más madura, buscas un hombre, pero yo a mi edad lo que quiero es compañerismo, entendimiento, diálogo… es distinto”
Entre risas nos cuenta que también ha pasado la época de estar ‘enamorada locamente’ a caerse de la nube, pero como ella dice “es una etapa que pasamos todos” y ahora está contenta de haber compartido y compartir 13 años de su vida con un tipo que ella define como “formidable”, palabra que al pronunciarla muestra las pinceladas de su delicado acento francés que confronta con la dureza de sus palabras.
Al recordar esos momentos se da cuenta de que durante estos años ha vivido momentos buenos y malos, le pregunto en qué situación diría que se encuentra ahora mismo y nos responde: “Mi único deseo es que él encuentre trabajo, pero el problema es que es medio analfabeto y tiene un 45% de invalidez en las piernas debido a una enfermedad”.
Sus gestos pausados, compenetrados de manera elegante con su forma de hablar transmiten sabiduría, experiencia. Sus ojos de un azul tan claro y limpio como sus ideas finalizan o comienzan en una mirada alegre, acompañada de esas expresivas arrugas que nos salen cuando nos reímos. Sin embargo, hay momentos en los que la expresión le cambia y se tornan hacia la tristeza de aquel que ha sufrido.
La gente que pasa nos mira con cara de sorpresa, señalo la calle y le pregunto que cómo piensa que es la sociedad en la que vivimos, por ponerle un ejemplo, le digo que creo que hay más gente mala que buena y ella me responde: “pues entonces es que tú eres pesimista” y la verdad, no me quedó más remedio que callarme, qué le voy a rebatir yo a esta mujer.
Tras ponerme en mi sitio sigue hablando: “es que todo es relativo, hay gente buena y mala, también hay distintos tipos de bondad y maldad” nos lo explica: “Hay gente que de buena es tonta y otras saben cómo y a quién dar esa bondad, al igual que hay personas malas por ignorancia y personas que simplemente disfrutan de la maldad”.
También le pregunto su opinión sobre si vivimos en una sociedad más fría o insensible, y Patricia vuelve a responderme que no, pero que a pesar de mostrar una actitud positiva hay cosas que no entiende como por ejemplo que la violencia machista entre los jóvenes haya aumentado. Hilando con su contestación le consulto sobre los valores que cree que se están perdiendo y responde sin dudar: el respeto: “Yo respeto casi todo, aunque muchas cosas no las comparta, todo el mundo tiene el derecho a pensar diferente, pero no digo de vivir porque no puedes vivir de forma que por ejemplo, molestes a tu vecino” y hace una referencia a la famosa frase atribuida a Sartre de <<tu libertad acaba cuando empieza la de los demás>>.
Le nombro que nosotros hemos estudiado esos límites en la asignatura de derecho que tenemos en la carrera y nos comenta que ella también estudió hasta el primer año de la carrera de Literatura, porque un detalle que todavía no hemos dado de Patricia es que le encanta leer y lleva haciéndolo desde los cuatro años, le apasionan los libros históricos, en especial el tema de los judíos, con un tono amable nos dice: “ Ahora sigo leyendo los libros que me traen porque yo no puedo comprármelos” se hace un silencio y de golpe se incorpora de su postura un poco encorvada y nos dice abriendo unos ojos ilusionados: “¡Pero a mí la historia que más me fascina, a parte de los judíos, es de la Edad Media y los templarios!” le nombro la idea de ir a la biblioteca y me dice que tiene el carnet pero que no tienen libros que le gusten.
Como era la primera vez que hablábamos con ella no sabíamos qué libros le gustaban para poder llevarle, pero sí sabíamos que le gustaba la historia así que le dimos dos revistas que hablaban sobre el antiguo Egipto y que ella agradeció con una grácil sonrisa.
Mientras ojeaba las revistas, había un titular sobre la respuesta del Papa ante el holocausto judío, Patricia lo señala y nos dice que le parece indignante como se taparon los ojos mientras millones de personas sufrían, eso me recordó a la parte de un trabajo que realizamos que trataba ‘la empatía’, así que le pregunto si piensa que ese es otro valor que falta, por primera vez en toda la conversación me da la razón: “Sí, mucha gente pasa al lado mío todos los días y se nota que hacen como que no existo, o incluso hubo una vez que me dijeron que yo era un parásito para la sociedad porque no soy útil”.
Buscar la utilidad de las personas antes que su dignidad creo que es un buen resumen de esta sociedad y sus problemas.
Pero también deberíamos preguntarnos ¿Qué es algo útil? ¿Qué se entiende por utilidad? No voy a adentrarme mucho en este campo, pero os recomiendo el libro La utilidad de lo inútil del literato italiano Nuccio Ordine a través del cual se reivindica el valor de aquello que no tiene como fin la rentabilidad comercial, como por ejemplo, un poema, un libro, una conversación, el tiempo que le estás dedicando a leer esta entrevista…
Si tuviéramos más en cuenta esos saberes ‘inútiles’ como la filosofía o la literatura, una persona no definiría a otra como “parásito para la sociedad” por no obtener un beneficio económico de su tiempo. Recuerden: “El tiempo es oro pero el oro no puede ser tiempo”.
Patricia no puede ser rentable económicamente para la sociedad porque no le dejan, ella está deseando trabajar, al igual que su compañero, pero por un salario justo y con unas condiciones dignas, que parece lógico, pero una de dos o no lo tenemos tan claro o no es tan lógico como parece. Como anécdota nos cuenta que en Albacete le robaron la mochila donde tenía todas sus pertenencias mientras dormía, y conforme hablaba se iba riendo: “Es que me río porque es estúpido robar la mochila a una persona que está durmiendo en la calle, lo único que puedes encontrar es ropa sucia” Y nos echamos a reír con ganas haciendo que la gente nos mire más descaradamente de lo que lo hacían.
Me resulta curioso porque durante toda la conversación Patricia ha estado haciendo gala de su sentido del humor. Mientras miraba como ella sonreía sentí admiración y se me pasó por la cabeza una obligada pregunta: “Pero Patricia, ¿tú eres feliz?” Y ella me da una estupenda respuesta sin necesidad de afirmar o negar nada: “Yo… he encontrado la paz” y con una sonrisa vuelve a romper toda guerra que esconde su piel y a calmar la tempestad de sus ojos azules, y poder ver eso, no tiene precio.
Desesperada por encontrarla, le pregunto dónde ha encontrado esa tranquilidad, y me contesta: “En la edad”, nos explica que hay que ver todo lo que nos sucede en la vida tanto positivo como negativo con “ojos lejanos” que nos permitan quedarnos con lo que necesitemos. Pero también tiene sus miedos y nos confiesa por lo menos uno: “Yo a lo que tengo un miedo, visceral, espiritual, como lo quieras llamar… la muerte”.
Y ese futuro que a todos nos da miedo nos lleva a otra pregunta o más bien respuesta: ¿Usted tiene miedo al futuro? y ella, cargando el arma de sus palabras, responde: ¿Qué futuro? A lo que nosotras solo podemos quedarnos calladas recibiendo el disparo de realidad.
Patricia solo quiere que le dejen vivir en paz y no caer más enferma de lo que está. También me pide que no le trate de usted porque le parece como muy distante, el oír eso me alegra porque significa muchas cosas, entre otras, que quiere eliminar esa barrera de formalismos entre nosotras, y lo consigue porque estamos sentadas una al lado de la otra, tanto que hasta nuestras rodillas se pueden tocar, y recuerdo que al principio de la conversación yo me senté dejando una distancia ‘de seguridad’ para que ella no se incomodara, por lo tanto deduzco que ese contacto significa que su comodidad ha aumentado según ha avanzado la conversación, y eso, como ya he dicho, me alegra.
A su vez, al sentirse cada vez más cómoda su incertidumbre ha ido decreciendo, lo que nos ha permitido una mayor y mejor comunicación por parte de nuestra entrevistada, nos ha dado información útil a la vez que una cálida conversación donde las risas y la naturalidad nos hacía olvidar el frío de esa mañana en particular y la frialdad de la sociedad en general.
Se nos acaba el tiempo y le pregunto que si se tiene algo más que pedir, exigir o criticar, mientras piensa la respuesta entrelaza las manos: “Criticar no… pero pedir…Paz en el mundo, que se acabe la guerra entre países, el racismo, el odio” y añade: “Estamos muy poco tiempo en el mundo ¿Por qué hacerse daño?”
Acabo con una frase simple y puede que lógica: No das lo que no tienes.
Esta mujer transmite paz con sus ideas a pesar de la guerra que ha sufrido su cuerpo. Da el respeto que a ella, más de una vez, no le concedieron. Da comprensión una mujer que cuando fue a pedir ayuda, no fue escuchada.
A lo mejor los pobres somos nosotros que solo tenemos dinero; hay que tener cuidado porque si valoras más lo que tienes que lo que eres puede ser porque lo que eres no tenga ningún valor, y no hablamos de dinero.
2 Comentarios
Me encanta Clara has tenido una gran valentia, no todo el Mundo sabemos charlar así de bien con otras personas y preguntarles cómo se sienten o por qué están así con la delicadeza y naturalidad que has tratado a Patricia. Y debiéramos hacerlo más a menudo. Sin duda, estoy segura de que le habrás ayudado mucho.
Enhorabuena
Ha pasado mucho tiempo desde tu comentario pero nunca es tarde para agradecer unas bonitas palabras. Muchas gracias Alba pero créeme si te digo que fue ella la que me ayudó a mí.
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