El rumbo desconocido de la vida

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Es curioso que en uno de los lugares más hermosos del orbe haya llegado a mí la edición del libro “Tierra de Hombres” del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry publicada por primera vez en 1939. No es común encontrar las condiciones que hacen posible deleitarse de una lectura con mucho mensaje. Uno reflexiona sobre la condición humana a menudo y más aún cuando nada ni nadie lo apuran. La belleza y las innumerables metáforas presentes en el relato autobiográfico de un aviador familiarizado con las rutas aéreas que sobrevolaban África, Europa, América del Sur y Asia se inscriben en el conjunto de obras literarias que de verdad revelan el sentido de la vida.

Antoine de Saint-Exupéry. Foto: http://www.elmundo.es

Las crónicas extraordinarias de un piloto que tantas veces surcó el cielo del Sahara, la Cordillera de los Andes y otros parajes de ensueño son capaces de transportarnos a un mundo desconocido. Experimentar una situación de emergencia maniobrando entre las tormentas biplanos que inspiraban poca confianza pone a prueba el espíritu aventurero de las personas. Y eso fue justamente lo que hizo Exupéry, ponerse a prueba ante la adversidad y los caminos desconocidos.

La labor de los aviadores en aquellas épocas consistía en trasladar correspondencias entre seres queridos distanciados y abrir nuevas rutas para que los pueblos no pierdan comunicación. Esos vuelos muchas veces se hacían a bordo de los primeros prototipos de avionetas que aparecieron tras la primera guerra mundial. Por supuesto que les faltaba muchas cosas y la vida de los pilotos corría más peligro que ahora. Además las características climatológicas de cada ruta no habían sido estudiadas completamente, por lo que los aviadores tenían que sortear problemas técnicos y fenómenos naturales imprevistos en pleno vuelo.

Antoine de Saint-Exupéry

No se me quita de la mente la imagen del referente por excelencia de Exupéry a quién dedica su obra y el segundo capítulo del libro llamado “Los compañeros”. Nos referimos a su gran amigo Henri Guillaumet, cuyo destino permite desarrollar ampliamente el tema de la amistad y los valores humanos. Las travesías de ese entonces necesitaban de un empujón adicional que solamente pudo ser dado por los sentimientos que yacen en el interior de cada individuo.

El legendario aviador francés Henri Guillaumet al lado del escritor Antoine de Sanint- Exupéry.

El coraje que animó a Guillaumet a no dejarse vencer cuando su avión cayó en los glaciares de la Cordillera de los Andes, su angustia, los días y noches interminables de sufrimiento cuando los espejismos se burlaban de sus deseos, las veces en que parecía resignarse pero en última instancia abandonaba esa idea, son evocados por el autor de “El Principito” con un estilo narrativo que destaca las posibilidades del ser humano para sobreponerse en circunstancias límite.

Fue así que, durante el penoso recorrido que le tocó enfrentar a Guillaumet en condiciones de supervivencia, hubo momentos en los que la responsabilidad siempre le hablaba a su conciencia cuando solamente bastaba con cerrar los ojos y terminar con el dolor tremendo que sentía. Esa responsabilidad le hizo recordar que en caso de morir boca abajo en una pendiente nevada, al llegar el verano, ese cuerpo rodaría hacia una de las mil grietas de los Andes. En tales circunstancias el cadáver jamás sería ubicado y por formalidades legales su esposa caería en pobreza, sin poder utilizar la póliza de seguro que aplica en estos casos.

Biplano del aviador Henri Guillaumet estrellado en la Cordillera de los Andes.

La proeza del compañero de Exupéry da cuenta de un hecho de la vida real ocurrido en junio de 1930, cuando cubría el servicio postal que unía a Mendoza con Santiago de Chile en su biplano Potez 25F-AJDZ. Una tormenta de nieve lo obligó a un aterrizaje forzoso cerca de las gélidas aguas de la Laguna del Diamante, en Mendoza. Durante seis días caminó sin ninguna orientación, librando una batalla terrible contra las inclemencias del invierno en las entrañas de la Cordillera de los Andes. Finalmente un pastor argentino lo encontró a punto de desfallecer en la madrugada del séptimo día salvándole de una muerte segura.

En torno a este traumático episodio es que se configura una historia que pone de manifiesto el significado de la amistad, el compañerismo y la solidaridad. Se resaltan las cualidades humanas y profesionales de un colega considerado leyenda por los múltiples desafíos a los que jamás rehuyó. La pericia del aviador, sus amplios conocimientos de las rutas, los climas traicioneros, el territorio accidentado que sobrevolaba y los temores de sus colegas que intentaba apaciguar, corroboraron con creces el reconocimiento del cual gozaba Guillaumet.

Antoine de Saint-Exupéry y Henri Guillaumet.

Los lazos de fraternidad suelen fortalecerse en los momentos críticos, en las tragedias imprevistas, en las caídas más dolorosas y en las pérdidas más sentidas. Esa comprensión del sufrimiento ajeno recobra valor en estas fiestas de fin de año porque sentimos la necesidad de cobijarnos entre nuestros seres más queridos. Necesitamos demostrar mayor empatía con la gente próxima, pero también con los más alejados de nuestras vidas. Esa sea tal vez una de las lecciones del libro. Eso tal vez nos decía Saint-Exupéry en el siguiente fragmento – «En un mundo que se ha convertido en desierto, tenemos sed de encontrar compañeros; el gusto del pan partido entre compañeros nos ha hecho aceptar los valores de la guerra. Pero no tenemos necesidad de la guerra para encontrar el calor de los hombres vecinos en una marcha hacia el mismo fin. La guerra nos engaña, el odio no agrega nada a la exaltación de la marcha.»

Antoine de Saint-Exupéry

Otra valoración que se desprende de la obra es el planteamiento de una convivencia en armonía con el entorno que a cada uno le ha tocado vivir. No se trata aquí de maravillarnos de las urbes más modernas ni lamentarnos de coexistir en medio del desierto. Lo originalmente hermoso cada quién lo determina en función de la escala de valores que rige su existencia.

Es por eso que entendemos la naturaleza del contacto de Exupéry con grupos de moros insumisos que se aventuraban a llegar hasta el fortín de Cabo Juby, en el sur de Marruecos, para comprar pan de azúcar o té. Los aviadores franceses en ocasiones los subían a bordo para hacerles conocer el mundo y de paso ganarse su confianza. Eran hombres que solo a través de la lectura del Corán conocían la existencia de un paraíso con jardines en los que fluyen arroyos.

Exupéry y sus compañeros posan al lado de un grupo de moros.

En alguno de esos paseos los moros pudieron contemplar maravillados una cascada caudalosa de agua dulce en la región de Saboya. Pasado un tiempo, ninguno de ellos quería irse. Esperaban que el Dios de los franceses terminara de derramar tantas bendiciones. Pero el agua seguía brotando sin que nada interrumpiera el flujo de aquel milagro de la vida.

En esa línea de pensamiento Exupéry conoció la filosofía de contrabandistas y bandidos moros conviviendo entre ellos. De tantas historias, llamó la atención del escritor el destino de Bark, un esclavo negro de aquellos hombres de muchas batallas. Tras apiadarse de este personaje, decidió comprarlo con la intención de concederle la libertad. Cuando aquello sucedió, Bark fue embarcado llevando consigo mil francos en una avioneta rumbo a Agadir.

Lo que sucedería con el antiguo esclavo al bajar del avión que lo trasladó a la libertad se asocia al más puro humanismo: paseando por la ciudad se cruzó con un niño a quién logró acariciar la mejilla. El niño reaccionó con una sonrisa a este gesto cariñoso y Bark sintió por primera vez algo nuevo dentro de sí. Luego de reflexionar unos instantes y comprar algo en una tienda, se acercó a un grupo de niños que jugaban llevándoles a todos, babuchas de oro. La alegría de los infantes fue lo único que le bastó a Bark para sentirse un hombre dichoso sin importarle que ocurriría con él al día siguiente. A menudo creemos que nuestras acciones persiguen algo que anhelamos y nos esmeramos en cumplir con la rutina. Pero esa búsqueda desea conquistar algo material que a la larga no asegura llevar una vida digna. Por ello es posible que todo lo que hacemos carezca de valor.

Antoine de Saint-Exupèry junto a su mécanico André Prevot.

“En el centro del desierto” es el penúltimo capítulo de “Tierra de Hombres”. Con exquisitos recursos narrativos, el autor cuenta los pormenores de un accidente aéreo que tuvo junto a su mecánico André Prevot en el desierto de Libia cuando pretendían batir el record de tiempo de vuelo de París a Saigón. El avión había chocado contra una colina antes de quedar encallado en la arena.

Caídos en desgracia Exupéry y Prevot inician unos diálogos sobre las relaciones humanas, las injusticias del mundo, entre otras cuestiones filosóficas. Tratando de conciliar el sueño, cubierto por la arena, en la noche del tercer día sin beber prácticamente nada, Exupéry analiza la naturaleza de su profesión y la compara con las demás: “Estamos en contacto con el viento, con las estrellas, con la noche, con la arena, con el mar……….Esperamos el alba como el jardinero espera la primavera……………Soy feliz con mi oficio. Me siento campesino de las escalas”.

Exupéry al lado de su maltrecha avioneta luego del accidente en el Sahara.

Con escasísimas provisiones los supervivientes del siniestro aguantaron cuatro días y cuatro noches en el desierto antes de ser avistados y salvados por un beduino. El milagro se había dado, regresaba la esperanza de la vida y entonces el escritor vio a todos los hombres de la tierra reflejados en la bondad de aquel visitante que ahora les daba de beber.

Cuántas veces la desventura nos lleva a perder la esperanza arrojándonos al precipicio de los lamentos. Cuántas veces perdemos la condición humana casi sin darnos cuenta con un comportamiento poco altruista. Qué frágil se torna la vida cuando no tenemos cerca a los hombres. Admiramos más las bondades y bellezas de la naturaleza cuando sentimos que la vida se nos va.

Muchos críticos de Exupéry incluyen sus relatos en el conjunto de los aportes literarios más hermosos que puedan existir. Considero que ante tantas barbaridades e injusticias, estamos frente a un libro que inspira e infunde optimismo haciéndonos ver los más preciados valores que anidan en el corazón de cada ser humano libre. ¿Por qué decidir enrumbar hacia rutas desconocidas arriesgando la vida? Tal vez porque esa búsqueda es parte de la curiosidad de conocer quiénes somos y cuál es nuestra misión en la tierra.

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